La salud mental es un gran NEGOCIO.

Para la voz lúcida de la superviviente Judi Chamberlin, las barreras para instaurar un cambio en el sistema de salud mental son enormes. La industria de la salud mental es una burocracia arraigada, resistente al cambio desde dentro, y casi totalmente insensible a las presiones externas. La Salud Mental es un gran negocio. (1)

El modelo predominante en el ámbito del tratamiento de la salud mental, que lleva instaurado desde los años 80 del siglo pasado en España, no ha conseguido obtener buenos resultados. Hace de ello 45 años. Ahora, ciertamente, se vende como lo contrario, un modelo eficiente, técnico y basado en la evidencia científica.

Fallan sus métodos de tratamiento. Sin lugar a duda, visto sus logros reales, es un modelo fallido: entre otras cosas la coerción en sus tratamientos es moneda común, así como el destino debilitante de la persona tratada, lo cual es muy grave. Recordemos que los tratamientos de psicosis acortan los años de vida, a más de producir otros graves daños colaterales y secuelas.

El modelo predominante en el ámbito del tratamiento de la salud mental es un modelo fallido.

Frecuentemente hay una evolución tórpida en el usuario. Palabra que indica que ésta es lenta y desfavorable. Los síntomas por los que se acude al tratamiento persisten y también la remisión de los mismos, que de realizarse, es incompleta.

Un número importante de personas tratadas vive que se está mucho peor que cuando se fue a pedir ayuda, lo que crea desesperanza y malestar. Y la sensación de que se está atrapado en un callejón sin salida.

Caí por una ladera de un precipicio, consiguieron que me odiara a mí mismo, y me viviera sin futuro. No era yo, sino una sombra de lo que fui. (Anónimo)

Cuando no que la tarea realizada por la psiquiatría es negativa:
Cada vez que dejo que un experto hable por mí me traiciono a mí misma. Y cada vez que un experto se cree con el derecho a hablar por mí, él o ella me traiciona. (Chamberlin)

Nos hallamos ante un estilo de psiquiatría de marca biomédica que en 1949 uno de sus integrantes, el médico portugués Antonio Egas Moniz, gana el Premio Nobel de Medicina por inventar la lobotomía, una cirugía que cortaba las conexiones del lóbulo prefrontal de cerebro y que en aquel momento se consideró un gran avance para el tratamiento de las calificadas como psicosis severas. Técnica que decayó por los graves efectos secundarios que producía, y por la aparición de los psicofármacos, en la década de 1950.

El modelo de la psiquiatría dominante, que comparte características con el modelo médico, coge impulso con la aparición del manual de diagnóstico psiquiátrico DSM III, que prácticamente duplica en número de trastornos psiquiátricos frente a los 106 de la primera versión del manual. De la mano de la psicofarmacología, y diversas alianzas, va arrinconando a otras perspectivas clínicas.

El DSM III duplica el número de trastornos psiquiátricos respecto a la primera versión del mismo.

Los pobres resultados reales del sistema psiquiátrico biomédico hacen que no sean sólo los directamente afectados, y los familiares de los mismos, los que manifiesten graves quejas, los que encuentran fallos no justificables y dañinos en el sistema biomédico, o biocomercial (nombre también usado) de psiquiatría, sino que hay un grupo de profesionales que está en la misma sintonía que muchos de los que se han visto gravemente perjudicados, pacientes, familiares, y entorno, por un sistema obsoleto y cruel.

Vamos a analizar en esta primera parte cuatro de las características de este modelo, siguiendo el esquema trazado por Inchauspe Aróstegui y Valverde Eizaguirre (1):

1) La aplicación de este modelo (biomédico) gira en torno a un experto, el psiquiatra o profesional, que se hace cargo de administrar el tratamiento, que es comparable al de cualquier otro especialista en medicina: posee unos conocimientos científicos sobre el sufrimiento mental que le permiten categorizarlo como enfermedad o trastorno y prescribir el tratamiento adecuado para cada categoría.

Esto es lo que nos dicen, y lo que nos venden. Lo que se querría encontrar, lo que se espera de un experto no se encuentra, porque no son expertos en comunicación, no profundizan en las causas emocionales. La omnipresente receta se presenta como la primera vía a la salud, a la resolución del problema. Los expertos se nutren de lo aprendido en los Manuales de Psiquiatría, de lo oído a sus maestros, de una práctica institucionalizada que da vueltas en círculo sin analizar fracasos, en un continuo, casi infinito bucle, en torno a errores que se trasmiten sobre los mal llamados trastornos mentales. No hay un análisis crítico de contenidos, de metodología, de lo que no funciona, de los tópicos que se mantienen como si fueran entidades reales. Nos remitimos a la obra reciente de Peter Gotzsche, Libro de Texto de Psiquiatría Clínica.(2)

Los expertos se nutren de lo aprendido en los Manuales de Psiquiatría, de lo oído a sus maestros, de una práctica institucionalizada que da vueltas en círculo sin analizar fracasos.

2) Los instrumentos básicos para la intervención técnica son la exploración clínica, el diagnóstico y la asignación de un tratamiento específico. Un experto interroga adecuadamente al paciente, categoriza su malestar y lo trata esperando que el paciente se acomode al remedio prescrito.

Unos diagnósticos que son acientíficos y que se basan en las puntuaciones subjetivas de unos expertos que miden según su propia visión de la salud mental. Unos diagnósticos estigmatizantes y sin utilidad práctica, a los que se llega a veces desde los centros de Atención Primaria, realizados en diez minutos, y que ya conllevan una etiqueta que se puede arrastrar toda la vida.
A quien diagnostican de una patología que ellos consideran grave el diagnóstico pesará durante toda la vida. Indudablemente, no se han puesto en los zapatos de quien lo recibe, es una ardua tarea para la psiquiatría.

Se emiten unos diagnósticos que son acientíficos y estigmatizantes, basados en las puntuaciones subjetivas de unos expertos que miden según su propia visión de la salud mental.

En la exploración clínica no se considera, por lo menos no se apunta, no se deja constancia de que ciertos hechos pueden ser circunstanciales, temporales, con una evolución no predecible hasta en los trastornos considerados los más graves, entre un 70% y un 80% de las ocasiones, como nos dirán Vanheule y Van Os. (3)la categoría de esquizofrenia también es ahora objeto de debate, especialmente en el ámbito social.
El problema de las entidades clínicas como la esquizofrenia es que, efectivamente, son ilusiones, y por tanto no realidades estables. Lo que desde luego no pueden hacer las ilusiones es predecir el futuro. Por muchos datos que se recopilen sobre un paciente con una forma concreta de psicosis, la certeza con la que puede predecirse algo sobre el curso futuro nunca supera el 20% – 30%.

El hecho es que las sensaciones y emociones de la persona son cambiantes. Los motivos de los conflictos muchas veces sociales, económicos. Otras veces subyacen conflictos personales que son expresión de las dificultades normales en el vivir.
¿Cómo le irá a alguien en un futuro? Impredecible en un diagnóstico. No se es un diagnóstico. ¿En qué síndrome encaja? Da la sensación de que se analiza a la persona desde una mirada congelada.

Los riesgo del etiquetado están en distintas direcciones, una de ellas es el impacto psicológico, emocional, que puede conducir al fatalismo, a los prejuicios y a la estigmatización. Con frecuencia las personas pueden llegar a identificarse con su diagnóstico, lo que afecta a su autoestima y a tener una sensación de invalidez. En cuanto la etiqueta sea más grave, mayor y demoledor puede ser el impacto. Este aumenta si te diagnostican de psicótico o de esquizofrénico, enfermedades que se diagnostican con mucha frecuencia de padecimientos crónicos.


También los diagnósticos y tratamientos pueden estar unidos a consecuencias sociales, lo que puede restringir las oportunidades laborales, así como de afectar a las relaciones sociales.
Ciertamente, si te dejan a menos de medio gas, o a una décima parte de tu vitalidad, por la medicación prescrita por la etiqueta que te han dado (neurolépticos y otros), trabajar se torna difícil y, relacionarse es complicado. Te están creando dificultades graves adicionales.

3) Es un modelo centrado en la enfermedad que supone que la persona sufre de algo similar a las enfermedades somáticas, y se recuperará combatiendo los síntomas con remedios especializados. El modelo puede prescindir de la persona y actuar a su favor sin contar con ella; todo el saber necesario para la cura está en el experto, el internista de la mente, y fuera del conocimiento del paciente.
Al prescindir de la persona, o dejarla al margen de lo que opine, se la coloca en una situación de pasividad, de sometimiento a la autoridad, en una situación de indefensión, de incomunicación, sobre la que se ejerce un paternalismo nada sano.

Es un modelo centrado en la enfermedad. Al prescindir de la persona se la coloca en una situación de pasividad, de sometimiento a la autoridad, de indefensión.

4) Se acepta la definición de los diagnósticos tipo DSM, CIE… no solo desde una perspectiva administrativa o epidemiológica, sino como verdaderas entidades clínicas cuyos signos nucleares, de escasa fiabilidad y menor validez, se convierten en las dianas clínicas del tratamiento. Se aborda el sufrimiento mental combatiendo los signos nucleares del trastorno, sin contar con la definición del sufrimiento realizado por el paciente.

¿Cuáles son los signos nucleares de un trastorno? Nos encontramos aquí con un relativo, algo cuya medida es problemática y acientífica, palabra de significado amplio en la que se pueden meter desde los cambios emocionales, alteraciones cognitivas, cambios de comportamiento… Dependiendo de lo que pregunte, voy a encontrar una realidad o otra. Y dependiendo del tratamiento a que la persona haya sido sometida previamente, la realidad va a ser modulada.

Un síntoma de los que se clasifican nucleares puede ser muy molesto e invalidante para algunas personas. Se estima que cifra de quienes se benefician a largo espacio del tratamiento biomédico está alrededor del 15%.
Otras personas pueden vivir lo que los psiquiatras llaman nuclear como una parte de su realidad que no desean modificar. Les gusta ser como es. El tratamiento implica, debe de implicar respeto. No tratamiento a la fuerza.
Y otras vincularlo con una situación de conflicto del presente o del pasado, que necesitan analizar para superar, comprender, y no que se le enchufe una pastilla.
Cualquier psicofármaco puede crear dependencia. Esto nunca hay que olvidarlo.

Cualquier psicofármaco puede crear dependencia.

La historia clínica de la persona tratada, en general suele estar muy incompleta, y como manifiestan muchos usuarios, bastante distorsionada. Es muy corriente que la persona no se identifique con el relato que el profesional ha vertido sobre su conducta. A veces faltan datos esenciales, y en ausencia de ellos se crean grandes agujeros de incomprensión sobre la historia biográfica, a la que con bastante justicia podemos calificar de seudo-historia clínica.
La historia clínica cosifica, deja atrapada a la persona en un diagnóstico, del que no se puede librar, lo cual es una tormenta de meteoritos.

La historia clínica deja atrapada a la persona en un diagnóstico del que no se puede librar.

Fdo.: M ª Rosa Arija Soutullo, Psicóloga

 Asociación de Afectados por la Psiquiatría (Apsi)
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