Cuando en el verano de 2021 la psiquiatra de Mario nos comunicó que se marchaba del Centro de Salud Mental y que nos asignarían otro psiquiatra, nos pareció que sería un buen momento para dejar la Seguridad Social, y pasar a un médico privado que nos pudiera ayudar con la reducción de la medicación.

Después de un tira y afloja con esta psiquiatra habíamos conseguido que le bajaran la dosis del último inyectable, que le pusieron en agosto de ese año, y había pasado de la dosis más alta del mismo 525mg de Trevicta a 350mg.

Esa bajada había ido muy bien y Mario se encontraba mejor como resultado, estaba más despejado, se encontraba mejor físicamente. Esto nos animó mucho.

Nos acordamos de un psiquiatra con el que habíamos tenido varias consultas cuando teníamos el seguro médico privado y que nos había atendido bien. Tampoco es que nos pareciera un médico extraordinario, pero nos pareció una persona abierta con la que se podía hablar, y realmente era el único psiquiatra privado que conocíamos. Así que tras hablarlo entre nosotros, pensamos que quizás era alguien que nos podría ayudar, tampoco queríamos ponernos a buscar nuevos psiquiatras, como dice el refrán: “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”.

Le busqué en Internet y vi que ya no estaba en el cuadro médico del seguro, pero que sí que pasaba consulta privada a través de Doctoralia.

Pedí cita con él, y fuimos a su consulta en un pequeño piso de la ciudad. Era un edificio de viviendas muy antiguo, y la consulta estaba en un quinto piso al que subimos en un diminuto ascensor que ascendía muy lentamente entre crujidos.

Nos abrió la puerta y nos pidió que esperásemos en una pequeña sala de espera mientras él terminaba la consulta con otro paciente.

Tenía pinta de que tenía alquilado ese diminuto piso para las consultas. En las paredes de la sala de espera habían dos cuadros que parecían originales de un estilo un tanto surrealista, con motivos muy apropiados para una consulta de psiquiatría.

El Dr. Bermúdez nos recibió calurosamente. Era un hombre en torno a la sesentena. Estaba muy moreno, parecía que pasara mucho tiempo tomando el sol. Tenía tanto la cara como su cabeza totalmente calva de un color marrón rojizo, me lo imaginé tumbado en una tumbona en un ático con un gin tonic en la mano.

Le pusimos al día sobre la situación de Mario, así como sobre nuestro deseo de reducir medicación hasta el nivel más bajo posible. Le preguntamos si él nos podría ayudar con esto y como plantearía el proceso de reducción.

El Dr. Bermúdez se mostró abierto a apoyarnos con este tema, lo que haríamos sería pasar inicialmente a la dosis equivalente del inyectable en medicación oral, y a partir de ahí ir reduciendo. Él nos haría las recetas pertinentes, para lo que quedamos en tener los primeros 2-3 meses sesiones mensuales, y más adelante si se veía que se podía cada 2 meses.

Al principio el cambio a Invega de 9 mg fue bien y Mario se mantuvo estable. Los dos estábamos contentos, soñábamos con que un día, quizás en un par de años, ya no tuviera que tomar la medicación, o que se mantuviera en una dosis de mantenimiento muy bajita.

Íbamos puntuales a las citas con el Dr. Bermúdez; tengo que decir que siempre fue muy profesional. Normalmente teníamos una sesión de 1 hora en las que aparte de la medicación se hablaba sobre como estaban las cosas con Mario. El doctor le animaba mucho a cuidar su salud a nivel general, a que redujera el tabaco, comiera sano, hiciera deporte, saliera con amigos, etc.

Como estábamos en los tiempos del post-confinamiento del covid, alguna vez salió el tema y nos dijo “¿Os habéis vacunado? Pues animaros, si es un pinchacito de nada”.

“No, gracias, doctor, preferimos no vacunarnos”. “¿Y usted se ha vacunado?” “Yo sí, tampoco tiene mucha importancia, sé que hay algunos conspiranoícos que están en contra, pero ¿qué daño va a hacer una vacuna? Y así salimos antes de todo esto”.

Un día fuimos a nuestra cita con él y nos dijo: “Pues por poco no me pilláis aquí, hace un par de semanas tuve un derrame cerebral, menos mal que vino una amiga a casa y me encontró tirado en el suelo, enseguida me llevó al hospital y me operaron de urgencia, porque si no igual no lo cuento”.

Nos señaló la cicatriz que tenía en la cabeza de la operación. No pude evitar preguntarle “¿Cuándo le pusieron su última vacuna?” “Alicia, ¿no pensarás que…?”

Seguimos yendo a las consultas, el Dr. Bermúdez siempre lucía un moreno envidiable, ya fuera verano o invierno. Nunca hablaba sobre su vida personal, tampoco mencionó a ninguna esposa ni familia, “posiblemente esté soltero”, pensé, incluso por su perfil no descarté que pudiera ser homosexual, aunque tampoco lo podía asegurar, todo en torno a él era bastante misterioso.

Alguna vez bromeé con Mario, “me recuerda un poco a Aníbal Lecter, que por cierto, también era psiquiatra”. “Ja, ja, qué bueno, Mamá”.

Un día cuando fui a reservar nuestra siguiente cita en Doctoralia, vi que ya no pasaba consulta en el lugar habitual, sino en un centro médico en otra zona de la ciudad. Nos quedaba muy lejos, pero hice la reserva.

Después de un trayecto de más de una hora en el que nos pilló un buen atasco llegamos a un barrio obrero en el extrarradio, dimos varias vueltas hasta encontrar un sitio donde aparcar. Se trataba de un centro médico en el bajo de un edificio. Esperamos en la zona de recepción hasta que por fin nos dirigieron a una puerta en el mal iluminado pasillo, llamamos y nos encontramos al Dr. Bermúdez en un pequeño habitáculo sin ventana alguna.

Nos recibió con su amabilidad habitual; durante la sesión no pude evitar la sensación de claustrofobia y fue un alivio cuando por fin pudimos salir.

Le dije a Mario, “Qué agobio, me niego a volver a meterme en ese zulo”. “Con lo bien que se estaba en su otra consulta, y además nos quedaba mucho mejor desde casa”.

Así que decidí que a partir de entonces las consultas las haríamos online. Además, las recetas nos las podía enviar de forma electrónica. No era lo mismo que una cita presencial, pero para compensarlo las podíamos tener con algo más de frecuencia.

Seguíamos con la bajada, el Dr. Bermúdez realmente se acomodaba bastante a lo que nosotros le pedíamos.

Aquella primavera de 2022 Mario poco a poco empezó a distanciarse de mí, no quería hablar demasiado conmigo, parecía un poco huraño. Pasaba mucho tiempo en su habitación, fumando como habitual.

Empecé a notar que volvía a estar paranoide conmigo, como en épocas anteriores, me preocupó, pero, ¿qué podía hacer?, esperaba que se le fuera a ir pasando, tampoco tenía muchas opciones.

Su comportamiento empezaba a ser algo errático, cada vez estaba más hostil conmigo. Mi familia me preguntó. “¿Qué pasa con Mario? ¿Está tomando su medicación?”

Hasta ese día en el que temprano por la mañana llamé la puerta de su habitación y no respondió. Abrí y vi que su cama estaba vacía, no había dormido allí, tampoco estaba el coche, había desaparecido.

“¡Mario! ¿dónde estás?”