Chamberlin acuña el término cuerdismo o chauvinismo cuerdo para hacer referencia al conjunto de suposiciones que la mayoría de la gente suele tener sobre quien tiene un diagnóstico psiquiátrico de psicosis, a los que se les juzga como incompetentes, incapaces de hacer las cosas por sí mismos, necesitados de supervisión y asistencia constante, impredecibles, o susceptibles de ser violentos e irracionales.
“La gente no se vuelve loca sin razón”, manifestará.
Cuando el diagnóstico cae sobre la cabeza de la persona, este arrastra en un dechado de juicios de valor que pesan sobre la misma.
Los psiquiatras dicen utilizarlos por cuestión de trabajo. Los supervivientes como Judi Chamberlin ven su cara amarga, destructiva, porque los sufren, porque los padecen en carne viva, porque son objeto de coerción de la psiquiatría y de trato discriminatorio. «Se necesita renegar del lenguaje dominante para hablar de la locura«, nos dirá, «pues cualquier experiencia psíquica es mucho más compleja que un problema médico«. La clasificación de problema médico enmascara la realidad de un tratamiento farmacológico ineficaz y dañino que añade, entre otras cosas, problemas de salud a nuestro organismo.

El mito del desequilibrio bioquímico
Chamberlin, como otras muchas personas que entró en la psiquiatría, iba buscando encontrar una ayuda, que la curaran. Tal como lo describe en su propia biografía, relatada en el reciente libro, traducido a castellano en 2023, Por nuestra cuenta, la situación cada vez se enredaba más y más.
La psiquiatría ha tenido un éxito notable a la hora de convencer a quienes toman las decisiones y al público, a través de los medios de que las personas diagnosticadas con esquizofrenia, trastorno bipolar y depresión mayor se distinguen químicamente y quizás genéticamente de las normales.
Ciertamente la psiquiatría habla de un desequilibrio bioquímico, como explican Inchauspe y Valverde:
La narrativa más vulgarizada es que el paciente padece un desequilibrio de neurotransmisores que el fármaco se encargará de reequilibrar. Es una idea que se transmite a los pacientes explicándoles que sufren de una condición médica como otra cualquiera, un problema bioquímico del cerebro que necesita de un fármaco que lo corrija.
El juego de interacciones entre el desarrollo de la psicofarmacología y el de las sucesivas ediciones del manual diagnóstico DSM ha hecho que coincidan esos signos diana con aquellos a los que la intervención farmacológica puede alcanzar reduciendo su intensidad.
El modelo farmacológico centrado en la enfermedad sugiere que la efectividad que se les atribuye a los fármacos se debe a que modifican las condiciones subyacentes de la enfermedad, del mismo modo que el antibiótico ataca a la infección, o la insulina beneficia al diabético.
No hay tal correlato neurológico, no se ha probado ningún desequilibrio bioquímico a pesar de las ingentes cantidades de dinero destinadas a la investigación, y que no han podido encontrar dicho desequilibrio.
Se está usando el lenguaje de la medicina y los métodos de la medicina para problemas que no son médicos.
El peso devastador de la etiqueta del diagnóstico
Muchos profesionales de la psicología dirán que la causas de lo que podemos llamar las conductas-problema hay que buscarlas en el aprendizaje, y lo que mantiene el aprendizaje de una conducta a veces es el contexto. Ahora la psicología, como la antropología y la sociología, dentro del modelo biomédico ocupan un papel subsidiario, raramente se les da la batuta, aunque no se haya encontrado ese correlato entre la causa orgánica y el comportamiento.
Los psicofármacos no pueden modificar ninguna condición subyacente, porque esta no está probada.
No más etiquetas psiquiátricas (No more psychiatric labels), reclama un comunicado al colegio de Psiquiatras del Reino Unido, liderado por el Dr. S. Timimi, (2013) acompañada de una campaña de recogida de firmas. No más etiquetas psiquiátricas, estigmatizadoras, devaluantes y que no sirven nada más que para tranquilizar la conciencia de quien las aplica, basándose en un supuesto uso científico. No más etiquetas psiquiátricas, reclamamos desde la Agrupación de Afectados por la Psiquiatría, APSI.

La psiquiatría se encuentra atrapada en un callejón sin salida. Realizando una revisión de la evidencia científica en la que se sustentan los diagnósticos basados en el CIE y DSM, llegaron a las siguientes conclusiones, como nos informa Aída de Vicente y Cristina Castilla (3):
1) Los diagnósticos psiquiátricos no son válidos.
2) El uso de los diagnósticos psiquiátricos aumenta la estigmatización.
3) La utilización de los diagnósticos psiquiátricos no ayuda a la decisión sobre el tratamiento a elegir.
4) El pronóstico a largo plazo de los problemas de salud mental ha empeorado.
5) Estos sistemas, el CIE y el DSM, manuales de diagnósticos usados por la psiquiatría, imponen las creencias occidentales sobre los trastornos mentales en otras culturas.
6) Existen modelos alternativos basados en la evidencia para proporcionar una atención eficaz en salud mental.
Un comunicado interesante de leer y cuyo resumen recoge INFOCOP en el 2013.
Ahora, la psiquiatría biomédica, creyéndose cargada de razón y razones, sigue en sus trece, no percatándose de lo evidente, que con sus métodos de tratamiento coloca a un grupo de personas muy vulnerables en una situación en donde tarde o temprano van a recibir el golpetazo.
El mantra de la resistencia al tratamiento: el uso del electroshock
Inchauspe y Valverde nos dirán:
Como no rara vez la intervención no funciona completamente o es completamente insatisfactoria, el clínico deberá de apelar a segundas opciones como el aumento de la dosis, algoritmos de cambios o de combinaciones de fármacos, aún a sabiendas de que se trata de opciones con menor peso de evidencia que las primeras. No se vislumbran alternativas, y clínico y paciente pueden acabar atrapados durante un tiempo prolongado en un ensayo de opciones farmacológicas que no alivian al paciente y complican su evolución. Cuando esto sucede las atribuciones se aplican a un trastorno “resistente al tratamiento” y no al abordaje utilizado.
Mantra de la psiquiatría, la resistencia al tratamiento, que entre otras cosas justifica una de las técnicas más polémicas, el tratamiento de electroshock, y que se vende como si por contar con anestesia y otros adelantos no fuera a afectar a las neuronas del paciente, como si no tuviera el efecto de producir amnesia de la historia biográfica, revestido de una pátina de modernismo, de último recurso, y preferido en situaciones específicas, como cuando una mujer embarazada se encuentra deprimida.
Hay mucho que hablar sobre este tema, porque no nos pueden vender churros por longaniza, como dice el dicho, ni tampoco daño cognitivo y emocional envuelto en papel de plata.

El engaño de que el fármaco te va a curar
Otro de los engaños de este modelo es la idea que se fomenta de que el fármaco va a curar. La psiquiatría biomédica sabe que no pero lo vende como que sí. No es que te lo digan, no, es que no te dan la información adecuada sobre el fármaco y sus efectos, y se juega con la fantasía de que la píldora mágica, en otro argot llamada bala mágica que te ha mandado aquel experto que sabe tanto. En un porcentaje elevadísimo lo que hace es sumergir en la maraña de la psiquiatría. ¿Disminución de los síntomas en base a la medicación psiquiátrica? No, adormecimiento, sedación, porque curar, las balas mágicas no curan, sedan, aplacan el ánimo, temporalmente. Más tarde dejan de hacer efecto, y te ves enganchado en dependencias inútiles e invalidantes.
No se requiere ninguna acción de la persona excepto tomar el fármaco y esperar su recuperación y la vuelta al nivel premórbido. Dentro de este modelo, la restauración de la autonomía de una persona que la ha perdido de forma moderada o grave se hace depender del efecto del fármaco. Que se trate de un cuadro depresivo con una visión pesimista y apática, o de una percepción de la realidad distorsionada por delirios o alucinaciones da igual: la autonomía volverá a la restauración del estado premórbido mediante la disminución de los síntomas procurada por los fármacos.
La subordinada de esta ecuación es que si se administra a la persona el fármaco contra su voluntad mejorará igualmente, como pasa en las infecciones. En el modelo biomédico la coerción no solo se usa para evitar que la persona se haga daño o dañe a otros, sino para conseguir que no abandone el tratamiento. La coerción es necesaria para reducir el progreso de la enfermedad y los estragos que produce.
La coerción psiquiátrica amparada en la creencia de la efectividad farmacológica
Aquí tenemos otra de las tristes premisas falsas de la psiquiatría que justifican la coerción psiquiátrica. “Se te da la medicación por tu bien. Y si te consideramos enfermo grave podemos determinar un ingreso involuntario, con sólo un chasquido de los dedos. El juez lo autorizará, y yo, que como Psiquiatra me creo en la obligación de hacerlo, recurriré al Juez para que firme tu ingreso involuntario.” Se establece así un diálogo de sordos donde, si se reclama, te pondrán ante los ojos la autorización judicial de tu internamiento, porque tú, el loco, has perdido la razón, y puedes ser un peligro para ti mismo o para los demás.
Aceptada esta premisa, no resulta extraño encontrar entre los partidarios del modelo defensores de la coerción adecuadamente aplicada basada en la creencia, a veces sin fisura alguna frente a las evidencias de signo contrario, en las grandes virtudes del tratamiento impuesto a la hora de evitar deterioro, sufrimiento y daño social.
Quienes creen sinceramente que es excesivo el uso actual de la coerción y apuestan por limitarlo de forma relevante tropiezan con el núcleo duro del modelo: la necesidad de imponer el tratamiento.
De hecho, buena parte de los usuarios de salud mental siguen su tratamiento bajo una presión procedente de los servicios de salud mental, sociales, judiciales y otros, y de sus familiares que adhieren al modelo.
El medicado se siente atrapado entre las redes. La familia siente, en muchas ocasiones, lo mismo. Indefensos ambos se mueven dentro de un entorno en el que se ha educado para creer que los profesionales de la salud mental, los médicos, saben lo que hacen. Desconocen los efectos nefastos de este sistema biomédico que se les oferta como una posibilidad de cura, y no como lo que en realidad es, un sistema en el que la persona cae cada vez más profundo en un pozo con difícil salida, de escarpadas paredes, en las que los que tienen la fuerza para salir tendrán que realizar un proceso largo y doloroso, conocido como desescalada. Bajar o subir por un terreno que va a llevar muchos esfuerzos y sufrimiento, aunque merece la pena esa salida de los infiernos.

La relación desigual entre paciente y médico: la anulación del individuo frente al sistema
«Existe un juego de poder en donde los pacientes son los peones, y donde uno de los problemas que lleva la medicación es que junto al mismo se instaura un etiquetado, un diagnóstico, que muchas veces acompañará a la persona el resto de sus vidas», nos dirá Graciela Testa.(4) Con el mismo, comienza el disciplinamiento del cuerpo del loco, ya que perderá gran parte de la autonomía. También el disciplinamiento de la familia del mismo. Nada será como antes. El peso que caerá sobre las familia es altísimo, estigmas, culpas (algo se habrá hecho mal), trámites interminables: luchas contra un sistema que pretendiendo querer cuidar al usuario, le pone trabas en su tratamientos y no brinda a las familias los recursos psíquicos y materiales para poder acompañar a los parientes usuarios de salud mental. Usuarios y familias son rehenes de grupos de poder, farmacéuticas, médicos psiquiatras, Estado, que se benefician en diversas esferas.
Testa seguirá comentando que la sociedad capitalista e industrializada se ha acostumbrado a recurrir a los fármacos. El tener una visión en la cual el único o principal medio de resolución del problema es el sistema médico sólo beneficia a las instituciones médicas y farmacéuticas.
La inexistencia del consentimiento informado
El consentimiento informado brilla por su ausencia, no se explica a usuarios y familiares el alcance, límites y riesgos de los tratamientos psicofarmacológicos. Tampoco la existencia de abordajes alternativos. Es un déficit habitual en Salud Mental, no solo en el caso de los pacientes más severos sino también en el resto, tanto en la asistencia psiquiátrica especializada como en la asistencia primaria que se ocupa de personas con sufrimiento emocional.
La afirmación de Inchauspe y Valverde es la misma que se obtiene cuando se pregunta a usuarios. No hay consentimiento informado en la mayoría de los casos. El tema es que si los usuarios supieran sus riesgos, a corto, medio y largo plazo, muchos no verían la solución de su malestar en las pastillas. El hecho que te den un prospecto con los efectos secundarios de las pastillas no exime de la responsabilidad al profesional, sobre todo teniendo en cuenta que las investigaciones sobre los efectos de las pastillas a medio, largo plazo, como indica mucha literatura existente, no son de fiar.
El ignorar abordajes terapéuticos alternativos
En cuanto a los abordajes alternativos, que hay muchos, provenientes de la propia disciplina y de otras disciplinas, no se le comunica al usuario. Abordajes que está demostrado pueden ser muy eficaces.
Ya en el 2012 La OCU, Organización de Consumidores y Usuarios, lanzaba una voz de alarma sobre la elevada prescripción de psicofármacos, antidepresivos y ansiolíticos en España, poniendo sobre el tapete que este hecho se daba a pesar de que la opción más exitosa es la psicoterapia. (5)
Un modelo fármacocéntrico con pies de barro
Richard Bentall, un psicólogo e investigador crítico con el modelo biomédico, lo caracteriza como sigue: la alteración es una enfermedad del cerebro, diagnosticar la enfermedad y prescribir el tratamiento es lo fundamental, la reducción de los síntomas es la diana clínica, lo que hay que hacer lo decide el experto, los fármacos son el remedio básico, conviene convencer a los pacientes para que tomen la medicación, en los caso graves se obligará a los pacientes a seguir el tratamiento, y el psiquiatra es el profesional con las habilidades necesarias para facilitar la ayuda adecuada (Bentall, 2010).
Para Bentall la atención psiquiátrica se construye en base a mitos y confusiones sobre la locura, y los pacientes de este sistema, especialmente vulnerables no tardan en descubrir la fuerte dependencia que la psiquiatría predominante tiene sobre los fármacos. Bentall señala que la cruda realidad de los países occidentales es que los pacientes graves se recuperan peor que en países en vías de desarrollo, como han puesto de relieve los estudios realizados por la Organización Mundial de la Salud en el campo de la Salud Mental. Aboga por una nueva forma en la que se considere a la persona individualmente, y que el centro esté en el diálogo. Profesor de Psicología Experimental nos presenta un abordaje del sufrimiento humano, de una crisis grave en el vivir, desde la psicoterapia cognitiva (6).

El modelo biomédico suele responder a las críticas apelando a la ciencia. Se trata de un recurso retórico pues cualquier modelo asistencial moderno necesita considerar el saber científico sobre el tema. Hoy es obvio que la llamada Psiquiatría Basada en la Evidencia no es más que un lábel, una marca, y no un cúmulo de conocimientos científicos (Bentall, 2010, Berrios, 2010; Hickey y Roberts, 2011).
¿Dónde, cómo, cuándo se empezó a hablar de síntomas psiquiátricos? ¿Qué cientificidad hay en sus constructos? (7) De hecho entender estos constructos nos lleva a desechar las hipótesis de su cientificidad. Meras hipótesis no demostradas que se han presentado como verdaderas.
De hecho, se ha mostrado ampliamente deficitaria en sus fundamentos científicos, bases biológicas y fisiopatología de sus constructos, dando por válidas hipótesis no comprobadas o incluso refutadas.
El catedrático de Psicología Marino Pérez Álvarez, a lo largo de toda su obra nos presenta reflexiones importantísimas en este campo, tanto en el proceder de la psiquiatría como de la psicología (8). Reflexiones que ya se recogen en obras anteriores, como la realizada con González Pardo, titulada La Invención de los trastornos mentales. Y cuyo subtítulo, ¿escuchando al fármaco o al paciente? da mucho, muchísimo que pensar (9).
¿Por qué caminos transita la psiquiatría predominante en las últimas décadas, que a pesar de su ineficacia y los daños que produce, sigue estando en primera línea de tratamiento de la salud mental? ¿Quiénes y desde dónde la aúpan? ¿Qué factores económicos hay detrás de todo esto? La obra de Tizón, nos da algunas pistas importantes, señalando acuerdos de libre mercado, en donde intereses ajenos a la salud mental está haciendo su agosto (10). ¿Estamos dejando que esto ocurra?
Tampoco existe, como se ha visto, aval alguno para el uso coercitivo como una práctica que aumente la recuperación de los usuarios o que aporte mejoras en la funcionalidad.
Como en un bucle, en el campo asistencial de la Salud Mental resurgen movimientos que cuestionan las prácticas dominantes, como sucedía antaño con el asilo psiquiátrico, y a principios del siglo XXI encontramos una corriente crítica con el modelo dominante que incluye a antiguos usuarios, pacientes, profesionales y otros sectores involucrados.
¿Podremos acelerar un cambio tan necesario? ¡Abracémonos a la esperanza de conseguirlo!
M.ª Rosa Arija Soutullo. Psicóloga
Noviembre 2025
1– Inchauspe Aróstegui, José Antonio y Valverde Eizaguirre , Mikel. La coerción en salud mental. AEN. Cuadernos técnicos n.º 20. 2017
2– Gotzsche, Peter. Libro de texto de Psiquiatría Clínica. Institute for Scientific Freedom. 2022.
3– Vanheule, Stijn y Van Os, Jim. Entender la psicosis en 33 preguntas. Psara ediciones, 2023.
4– Testa, Graciela. Trastornos mentales, psiquiatría, farmacéuticas y estado. Un juego de poder donde los usuarios son los peones. Conicet 2023
5– de Vicente, Aída y Berdullas, Silvia. La OCU solicita más terapia psicológica y menos medicación para los trastornos de ansiedad y depresión. Infocop, Julio 2012.
6– Bentall, Richard. Medicalizar la mente. ¿Sirven para algo los tratamientos psiquiátricos. Ed. Herder 2011
7– Berrios, E. Germán. Historia de los síntomas de los trastornos mentales. La psicopatología descriptiva desde el siglo XIX. Fondo de Cultura Económica, 2014
8– Pérez Álvarez, Marino. Ciencia y seudociencia en Psicología y Psiquiatría. Ed. Alianza 2021
9– González Pardo, Hector y Pérez Álvarez, Marino. La invención de los trastornos mentales. ¿Escuchar al fármaco o al paciente? Alianza Editorial, 2007
10– Tizón, José Luis. La reforma psiquiátrica. El porvenir de una ilusión. Herder 2023
Lectura recomendada:
Judi Chamberlin. Por Nuestra cuenta. 2023. Esta obra es accesible en internet de forma gratuita en PDF. Relata la trayectoria de la autora y sus vivencias dentro de un hospital psiquiátrico, así como de los movimientos de supervivientes y las alternativas de autogestión.
