Nunca el olvidaré el verano de 2022, uno de los más duros de mi vida.

Mi hijo Mario ingresó en la unidad de agudos de psiquiatría del hospital más cercano. Se había descompensado a raíz de un intento de reducción de la medicación que nos salió mal, y resultó en una psicosis de rebote muy fuerte. Nunca había estado así en los 14 años como paciente de psiquiatría, jamás había tenido una descompensación como esta.

El ingreso se produjo a raíz de un incendio en la casa familiar, ocurrió durante la noche cuando ya todos estábamos en la cama. En medio del caos, con bomberos, guardia civil, sanitarios, protección civil, etc., mi hermana se lo llevó al hospital y le ingresó. No opuso resistencia, se encontraba muy mal, había perdido la cabeza.

Al día siguiente yo estaba pendiente de que me llamaran desde el hospital, pero no ocurrió, lo cual me extrañó. Yo no me hablaba con mi hermana desde hacía varios meses debido a diferencias que teníamos sobre temas importantes para nosotras. Le pregunté si sabía algo de Mario, y simplemente se encogió de hombros, no me quiso decir nada. 

Extrañada y a la vez incomodada decidí que al día siguiente iría en persona al hospital a preguntar. Antes preparé una nota manuscrita dirigida al psiquiatra que le estuviera atendiendo, presentándome como madre de Mario y solicitando información sobre cómo se encontraba.

Por la mañana me dirigí en coche al hospital, caminé por los pasillos, que ya conocía de ingresos anteriores, y llegué a la zona de la unidad de psiquiatría de agudos, entré por la puerta de acceso previa a otro portón de acero y llamé por el telefonillo.

Me abrió un enfermero y me presenté como madre de Mario y pedí hablar con sus médicos, “¿Tiene usted cita?”. “No, le ingresaron hace dos días y no tengo noticias sobre él, me gustaría que me informaran”. “Es necesario tener cita para hablar con los psiquiatras”. “Tengo aquí una carta para ellos, por favor, entréguensela en mano”.

Tuve el móvil encendido todo el día sin despegarme de él, no quería perderme la llamada, pero no entró nada.

Esa noche decidí que a la mañana siguiente volvería al hospital, preparé otra carta pidiendo que me recibieran y me informaran sobre mi hijo.

Al día siguiente me levanté pronto y fui al hospital. Volví a llamar al telefonillo, otra vez me abrió un enfermero, le dije “Soy la madre del paciente Mario, le ingresaron hace 3 días y hasta el momento no me han informado de cómo se encuentra, ayer les dejé una carta pidiendo que me informaran, pero no me han contactado”.

“Qué raro” dijo el enfermero, “Normalmente contactan con la familia”.

“Por favor, dígales a sus médicos que estoy aquí y que no me voy a marchar hasta que me reciban, QUIERO saber cómo está mi hijo”. “Espere”.

Cinco minutos después aparecieron dos médicos jóvenes y me abrieron un despacho. Me dijeron, “Estamos en contacto con su hermana y le estamos informando de cómo está Mario. Nos ha dicho que ella es la persona de contacto de la familia, así que le estamos informando a ella”.

“Pues yo soy su madre, y me deben informar a mí”

“Su hermana nos ha dicho que está así porque usted le ha retirado la medicación, y que por ese motivo ella y el resto de la familia han decidido hacerse cargo”. “Además, Mario ha dicho que no quiere tener ningún contacto con usted”.

“Lo que haremos es informarle tanto a usted como a su hermana”

Mario se encontraba en un estado psicótico muy fuerte, le tenían sujeto a la cama con contenciones mecánicas, pues estaba fuera de sí, y si le soltaban se ponía a romper cosas; cuando le llevaban la comida la tiraba o se la lanzaba a la cara al personal, tendrían que mantenerle así hasta que estuviera mejor.

Le estaban dando un cóctel de medicaciones, entre inyectables y oral, con el fin de que pudiera calmarse y salir de la psicosis. También le estaban dando heparina, al no poder moverse y para evitar coágulos de sangre.

Yo decidí que tenía que luchar por mi hijo con uñas y dientes, y que a pesar de la interferencia de mi hermana con el apoyo del resto de la familia, tenía que hacer valer mis derechos como madre.

Todas las mañanas llamaba por teléfono y pedía hablar con su psiquiatra para que me informara de como estaba Mario. Me dijeron que su psiquiatra era la Dra. Polaina, así que pedí hablar con ella. Normalmente me llamaban otros psiquiatras más junior, como uno de los psiquiatras jóvenes que me recibieron el primer día que fui, el Dr. Almenar.

“Mario sigue con mucho desorden mental, no colabora, por el momento sigue con contenciones, ha dicho que no quiere saber nada de usted”.

Decidí que mi estrategia sería seguir al pie del cañón sin desfallecer. Todos los días llamaba por teléfono, pronto por la mañana para que les pasaran el mensaje a los psiquiatras y me quedaba a la espera de la llamada. No todos los días me contestaban, aunque sí bastantes.

Al principio me llamaba el Dr. Almenar, siempre muy cortés me daba el parte de como estaba Mario. “¿Puedo ir a visitarle?”. “No, ha dicho que no quiere que usted venga, solo su hermana. Ha dicho que le pueden llamar sus tíos, pero eso es todo”.

Unos días después sonó el teléfono en casa, “¿Mario González, por favor?” “Es aquí, soy su madre, ¿puedo ayudarle?”. “Le llamamos para darle el resultado de la PCR”. “No está en casa, ¿me lo puede dar a mí?”. “Lo siento, pero por protección de datos únicamente se lo podemos dar a la persona”.

Me quedé estupefacta, ¿cómo podía ser que le hubieran hecho una PCR si estaba psicótico y atado a una cama?

Llamé al hospital y me pusieron con el Dr. Almenar, “¿Cómo es que le han hecho una PCR que es una prueba invasiva que requiere el consentimiento del paciente?”

“No sé qué ha pasado, creo que ha habido algún caso de covid en la planta, y posiblemente por eso han hecho PCRs a los pacientes. Si no está conforme, puede usted poner una queja en Atención al Paciente”.

Una mañana sonó mi teléfono. “Buenos días, ¿es usted la madre de Mario?” me dijo una voz infantil, soy la Dra. Rubio, le llamo para informarle de cómo está su hijo.

Por la voz, la Dra. Rubio no parecía tener más de 16 años, pero asumí que si se hacía llamar doctora debía tener por lo menos veintipocos años. Al ser verano pensé que debería ser una estudiante que estaba haciendo prácticas, lo que llaman residentes.

La Dra. Rubio se limitaba a darme el parte de como estaba Mario, yo le solía preguntar por las medicaciones que le estaban dando, las cuales me enumeraba, y me respondía a mis preguntas.

Lo cierto es que me resultaba agradable, y aunque no llegué a conocerla personalmente llegué a cogerle cierto aprecio. A pesar de mi desconfianza con la psiquiatría pensaba que ella no era más que una joven estudiante que sabía muy poco sobre esta disciplina y que se limitaba a seguir las instrucciones de su jefa y a informarme como mejor podía.

Otros días empezó a llamarme otra residente, la Dra. Arregui, esta doctora hablaba con determinación y me daba el parte de forma rápida y aparentando eficiencia. Yo aprovechaba para hacerle preguntas sobre la medicación, si había mejora, etc.

“Está muy malito, mañana le vamos a poner una inyección a ver si le hace efecto durante el fin de semana, le volveremos a llamar el lunes para informarle”.

Cada dos días o así iba al hospital con una carta para Mario, a veces también otra para los médicos que le estaban atendiendo. Le solía preguntar al enfermero por Mario. “¿Qué tal está?” “Nosotros no estamos autorizados a informarle, hable con sus médicos” “¿Sigue con sujeciones?” Bajaba la cabeza y asentía, no podía decir nada más. “Asegúrese de entregarle la carta a Mario”. “Sí, pero antes la tienen que revisar los médicos”.

Fue pasando el verano, Mario ya debía llevar 2-3 meses ingresado, cuando me entró una llamada en el móvil.  La ya familiar e infantil voz me decía: “Soy la Dra. Rubio, quería comentarle una cosa, hemos tenido una reunión el equipo de psiquiatras que está atendiendo a Mario, y como está costando que salga de su estado, hemos pensado que sería conveniente darle una nueva medicación, la Clozapina, que está muy indicada en estos casos de psicosis persistente, pero necesitamos que nos de su autorización por el tipo de medicación que es, pues es necesario hacerle análisis de sangre semanales para hacerle recuento de glóbulos blancos”.

“Si no le importa, me voy a informar sobre ese medicamento, y le contesto en un par de días”.

Estuve buscando información en Internet sobre esté fármaco, parecía ser muy fuerte, y no me acababa de convencer, sobre todo si había que estar haciéndole análisis de sangre cada semana. Decidía abstenerme, preferí quedarme con lo ya conocido. 

Le escribí una carta a la Dra. Rubio diciéndole que NO autorizaba la clozapina, y la llevé en mano al hospital.

Dos días después me volvía a llamar la Dra. Rubio y me insistía, nuevamente le volví a decir que no.

Otro día sonó el teléfono y vi en la pantalla que me llamaban del hospital. “¿Es usted la madre de Mario? Soy la Dra. Polaina, quería hablarle sobre el tratamiento de su hijo, nos está costando mucho sacarle adelante, y para este tipo de psicosis resistentes a otros fármacos la Clozapina suele ser lo más efectivo, le llamaba para explicárselo y pedirle su autorización”.

Nuevamente volvía a decir que no. “Doctora, prefiero que siga con la paliperidona que ya la conocemos y es lo que siempre ha tomado antes que probar una cosa nueva. Si es necesario prefiero que siga ingresado el tiempo que haga falta hasta que mejore, antes que probar con un medicamento para mí desconocido”.

Siguió avanzando el verano, ya estábamos en agosto, me llamó la Dra. Rubio. “Mario está mejor, aunque no completamente, como no podemos tenerle mucho más tiempo en la unidad de agudos hemos hablado con su hermana de otras opciones y hemos pedido plaza en una mini-residencia donde pueda continuar con su recuperación, podría pasar allí unos meses, Mario ha dicho que le gustaría ir”.

Yo seguía intentando restablecer la comunicación con mi hermana, por el bien de Mario, “Más allá de nuestras diferencias, es importante que mantengamos un frente unido ante el hospital” le dije. “Además, yo soy la madre de Mario, en ningún momento le he abandonado. Te pido que me mantengas informada de cualquier cosa importante sobre él”.

Pero mi hermana se negaba siquiera a hablar conmigo, consideraba que yo era la culpable de lo que le había pasado, y además contaba con el apoyo de mi padre y mis dos hermanos varones. Entre ellos les habían contado su versión de la historia a los psiquiatras, y también les habían hablado sobre mis ideas “negacionistas”.

Yo tan solo contaba con el apoyo de mi madre de 86 años, aquejada de demencia y postrada gran parte del día en la cama, poco podía hacer. Sin embargo, ese apoyo significó mucho para mí, así como las oraciones con las que me acompañó durante todo el verano.

La Dra. Rubio me informó de que habían trasladado a Mario a una mini-residencia a unos 20 minutos de nuestro domicilio. “Ha dicho que no quiere que usted le visite ni se ponga en contacto. Su hermana se encargará de todo”.

Esos días yo estaba pendiente de ver qué pasaba con Mario, aguzaba el oído por si le oía a mi hermana o a mi padre comentar algo al respecto. Empecé a tener la sensación de que había ocurrido algo, si bien cuando pregunté a mi hermana su respuesta fue su mutismo habitual. 

Pregunté a mi padre, le supliqué que se me informara de como estaba Mario. Aunque al principio no quería hablar, finalmente me dijo, “Te lo tengo que decir, pero ha habido un problema en la residencia, parece que tuvo un conflicto con su compañero de habitación al poco de llegar, estaba roncando y Mario le pegó con la almohada y le han echado de la residencia. Lo han hecho de muy malos modos, llamaron a la Guardia Civil y se lo llevaron en ambulancia de vuelta al hospital, está destrozado”.

Otra vez empecé a llamar todas las mañanas a la planta de psiquiatría para hablar con los médicos y que me informaran de su estado. Pedí una cita presencial con la Dra. Polaina, pero me daban largas, estaba desesperada con la situación.

De repente me acordé de que un tiempo atrás estando en misa en la iglesia que tenemos más cerca de casa, Mario me señaló a una mujer, y me dijo. “Esa es una doctora de la planta de psiquiatría, la conozco de cuando estuve allí en mi último ingreso”.

Decidí ir a misa el domingo siguiente para ver si estaba allí y hablar con ella. Después de varios intentos por fin un domingo la vi y la esperé a la salida.

“Hola doctora, tengo entendido que usted trabaja en psiquiatría en el hospital, mi hijo está ingresado en la plata de agudos, me pregunto si nos puede ayudar”.

“¿Cómo se llama su hijo?” “Mario González”

Me miró con atención y me respondió “No le voy a mentir, su hijo está grave”. “Yo no soy su psiquiatra, pero ya que me lo pide, veré lo que puedo hacer por usted”.

Dos días después me llamaron del hospital para darme cita con la Dra. Polaina. “También estará la Dra. Fernández”.

Por fin iba a conocer a la Dra. Polaina. Llegué con tiempo a la cita y esperé en la sala de espera hasta que me avisaron.

Entré en el despacho y me saludó la Dra. Fernández. En ese momento entraron dos doctoras más, una muy alta de mediana edad y otra bastante joven, que asumí era una residente. Las dos llevaban mascarillas, por lo que no podía ver sus rostros.  “Soy la Dra. Polaina y esta es la Dra. Arregui” “Queríamos comentarle como está Mario”.

La Dra. Polaina hablaba con un deje entre extremeño y andaluz, llevaba un corte de pelo estiloso con mechas rubias, y por encima de la mascarilla se veían unos almendrados ojos castaños, me pregunté como sería su rostro. Mostraba una gran seguridad en sí misma y autoridad al expresarse, dominaba la situación, se me antojó majestuosa. A su lado, la Dra. Fernández, que era muy bajita, parecía una miniatura.

“Dada la psicosis persistente de Mario, nuestra recomendación es la Clozapina, pues es lo que mejor suele funcionar en estos casos. Sin embargo, usted se ha negado en varias ocasiones, no le podemos obligar por lo que seguiremos el tratamiento actual”.

“Por otro lado, Mario lleva mucho tiempo aquí en la unidad de agudos, y no puede seguir mucho más. Hemos hablado con su hermana sobre la posibilidad de que vaya a una unidad de media estancia, y nos ha pedido que le pongamos en lista de espera”. 

“Además, dado que usted ha estado obstaculizando el tratamiento, voy a solicitar el inicio de la incapacitación de Mario, ya que de cara a que esta situación se volviera a dar en el futuro, que tenga un curador para temas sanitarios, quizás alguien que designe el estado, que tome decisiones por él sobre su tratamiento”. 

“Pero si Mario tiene una madre, y si llegara el caso unos tíos, ¿qué necesidad hay de asignarle un curador del estado?”

“Bueno, eso lo tendrá que decidir el juez”.

A pesar de las malas noticias por parte de la Dra. Polaina, me sentí agradecida a la Dra. Fernández, y así se lo transmití, por haber conseguido la reunión. Siempre es mejor estar al tanto de los que está pasando.

Seguí llamando diariamente al hospital, hasta que por fin me informaron que Mario había dicho que quería que le visitara.

A principios de septiembre me llamó la Dra. Polaina y me dijo, Mario está mucho mejor, por el momento no hay plaza en la unidad de media estancia, estamos mirando otras opciones, pero está complicado pues está todo muy lleno, ¿cree usted que podría volver a casa?

Dos días después me volvía a encontrar en la sala de espera de la unidad de agudos, llevaba una bolsa con ropa de calle de Mario, habían pasado 4 meses, pese a todo me sentía feliz, volvíamos a casa.

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