Me llamo Alicia y soy madre de Mario. Nuestro primer encuentro con la psiquiatría empezó hace 16 años, cuando Mario tenía 17. Mario había tenido una adolescencia complicada con muchos problemas de adaptación en el colegio, en el instituto, y con una relación complicada entre nosotros. Somos una familia monoparental y Mario tenía una actitud de rechazo hacía mí, a quien consideraba la culpable de todos sus males. Después de muchos conflictos y de llevar 2 años en los que prácticamente no me hablaba, por su propia iniciativa empezó a ir a un psicólogo a través de un seguro médico privado que teníamos.

Este psicólogo pasaba consulta en un centro médico en una localidad a unos 20 minutos de dónde vivíamos, y como Mario no conducía y la comunicación en transporte público era complicada, me pidió si le podía llevar en coche. Yo le empecé a llevar y le esperaba en el coche.

Parecía que estaba contento con su psicólogo, y un día me dijo que le había dicho que le gustaría conocerme y proponía que en la consulta siguiente yo entrara un rato para conocernos. Así lo hice y conocí a Gabriel, era un hombre de una cierta edad, ya entrado en la cincuentena, y durante la reunión me causó una impresión muy positiva. Me parecía que podía ser una figura paternal que le podría ayudar.  Mostraba mucho interés y cariño por Mario, así como preocupación por su situación, y decía que le parecía importante conocer a la madre de su paciente.

A partir de ahí yo acompañaba a Mario a sus sesiones semanales y me solía quedar en la sala de espera, muchos días me invitaban a pasar un rato a hablar con Mario y el psicólogo. Normalmente eran reuniones constructivas en las que hablábamos de cómo estaba Mario y como se le podía ayudar.

Gabriel también se centró mucho en restablecer la relación entre nosotros. Fueron pasando las semanas y poco a poco nuestra relación fue mejorando y se empezaron a sentar las bases para una reconciliación madre-hijo. Yo me sentía muy feliz con la nueva situación y el cambio en la actitud de Mario, estaba muy contenta con la labor de Gabriel.

Pasados unos 2-3 meses, en una de las consultas Gabriel dijo que me quería presentar a una doctora que trabaja en el centro médico con la que él colaboraba, se llamaba Carmen y era médico de familia. Había compartido con ella el caso de Mario y ella, que en ese momento estaba preparando la especialidad de psiquiatría, veía que Mario necesitaba tomar una medicación. En la consulta en la que participaron los dos, de hecho me dijeron que dados los síntomas y comportamiento de Mario esta era absolutamente imprescindible como complemento a la terapia que estaba recibiendo, y que Gabriel solo continuaría con la terapia si Mario tomaba la medicación. Me lo dijeron de una forma firme y dejaron claro que si no tomaba la medicación Gabriel no iba continuar con la psicoterapia. 

“Como Mario todavía es menor de edad, es necesario que tú como madre lo autorices”.

En ese momento, yo tenía a dos personas delante que me parecían buenos profesionales: un psicólogo que se había ganado nuestra confianza, y una doctora con su bata blanca, que mostraba un gran interés por Mario y que quería ayudarle en su recuperación. Confié en ellos y accedí.

La doctora me avisó de que podría tener algunos efectos secundarios iniciales, pero que se irían pasando con el tiempo, y que los beneficios estaban muy por encima. “Ya verás, Alicia, Mario, va a estar mucho mejor, va a ser otro”.

Mario siguió con la psicoterapia con Gabriel, y empezó con la medicación. Efectivamente, empezó a tener una serie de efectos secundarios que le causaban bastantes molestias, pero la doctora nos dijo que era normal y que no nos preocupáramos.

Fue pasando el tiempo, Mario estaba más tranquilo, ya no causaba los conflictos que teníamos anteriormente, nuestra relación se había restablecido, y en algunos aspectos era hasta ideal.

Estábamos tan contentos con esta nueva situación, que incluso un día les invitamos, junto con mi padre y abuelo de Mario, a comer a un restaurante como muestra de agradecimiento.

Todas las semanas íbamos puntualmente a la sesión con Gabriel, y una vez al mes la doctora hacía un seguimiento de la medicación y nos hacía la receta correspondiente.

Pasaron alrededor de 3 años, y Gabriel nos comunicó que iba a dejar el centro médico, también la doctora; nos comentó en confianza que las condiciones económicas a través de la aseguradora eran muy precarias, y que iban a optar por otras opciones profesionales. Gabriel dijo que consideraba que la terapia que había realizado con Mario era suficiente, y que le parecía que era el momento de concluirla. La doctora por su parte nos recomendó que continuáramos el tratamiento psiquiátrico-farmacológico en el centro de salud mental que nos correspondiera, y de esta forma la seguridad social cubriría las medicaciones, que eran caras y era algo a lo que teníamos derecho.

Así lo hicimos, pedimos cita en el centro de salud mental, que nos asignó una psiquiatra, a la que informamos sobre el tratamiento que había estado siguiendo y la medicación, y esta joven psiquiatra se limitó a seguir con la misma pauta y no cuestionar nada más en las consultas que manteníamos con ella cada 3 meses, que realmente se centraban en la prescripción de la medicación y poco más.

Siguió pasando el tiempo, Mario había retomado los estudios que tenía abandonados, hizo bachillerato a distancia, después una FP en Marketing, y como parte de esta, le surgió la posibilidad de hacer un curso académico en Gales, Reino Unido.

Una semana antes de viajar a Gales a empezar el curso, se sintió muy nervioso y me dijo que no se sentía en condiciones de ir. Llevábamos tiempo preparando este viaje con ilusión, iba a recibir una beca que cubría una parte considerable de las tasas académicas, y tengo que reconocer que le presioné para que fuera. Le dije “Es una oportunidad única la que tienes, sería una pena no ir después de todo esto, TIENES QUE IR”.

Así que marchó a Cardiff, y dentro de lo que cabe las cosas no fueron mal, consiguió una plaza en la residencia universitaria, tenía buenos compañeros, el sitio era ideal, iba a aprender mucho inglés…

Vino a casa en Navidades y yo le no notaba un tanto tenso, pero tampoco le daba mucha importancia. Volvió a Cardiff, como yo sabía que a él le costaban estas cosas, hablábamos prácticamente todos los días por Skype. Parecía que tenía bastante desorden en su vida.

Regresó otra vez en Semana Santa, yo estaba feliz de tenerle en casa, y cuando faltaban unos días para su regreso me dijo: “Mamá, no me veo con fuerzas de volver”. “Mario, ¿qué me dices?, pero si solo te queda un mes para terminar, ¿cómo no vas a volver?”. “No puedo, de verdad, Mamá, es demasiado para mí, no sabes el esfuerzo que me supone estar allí”. “Bueno, se me ocurre una cosa, si tu vienes conmigo y te quedas estas últimas semanas, pues voy”.

“De acuerdo, le dije, creo que merece la pena que termines el curso, ahora mismo voy a mirar billetes de avión”.

Yo me instalé en un AirBnB. A los pocos días de llegar ya Mario se mostraba malhumorado, irritable, agitado, se estaba constantemente enfadando conmigo, hasta que me dijo, “No sé para qué has venido, no haces más que molestarme, ya no te quiero ver, tengo que preparar mis exámenes, así que no me vengas a buscar”. 

Así que durante 2-3 semanas no le volví a ver. Un par de días antes de la fecha de nuestro vuelo de regreso se volvió a poner en contacto para quedar para ir al aeropuerto, como si nada, y nos volvimos a España.

Ese verano, que lo pasamos en el piso de alquiler en el que vivíamos a las afueras de la ciudad, estaba muy raro, pasaba mucho tiempo encerrado en su habitación tumbado en la cama y fumando, salía esporádicamente a la cocina para coger comida del frigorífico. Su actitud hacia mí era hostil, era inútil intentar hablar con él pues se mostraba agresivo, irrespetuoso, enfadado. Así estuvo todo el verano, yo no entendía qué le pasaba y no sabía qué hacer.

Llegó septiembre y me comunicó que se marchaba de casa. Me dijo que había alquilado una habitación en una casa particular, y que no intentara ponerme en contacto con él pues no quería mantener ningún contacto conmigo ni con el resto de la familia.

Pasó un mes, y un día a altas horas de la noche sonó el teléfono, era mi hermana, habían llamado de la casa de donde estaba Mario. No estaba bien, llevaba tiempo con un comportamiento muy extraño y le iban a echar de la casa, pero antes decidieron intentar localizar a la familia para que se hiciera cargo. Estaba en una situación de caos absoluto, psicótico.

Mi hermana fue al día siguiente a hablar con el matrimonio de la casa y con Mario, que seguía no queriendo tener ningún contacto conmigo.

Llamamos al seguro para que le ingresaran en una clínica psiquiátrica. Allí paso los 40 días que cubría el seguro. Al principio no quería saber nada de su madre e iba mi hermana todos los días a verle. Yo hablaba con su psiquiatra a diario y le pedía que intentara ver si podía hacerle entrar en razón para que pudiera volver a casa conmigo.

Al cabo de un mes recibí una llamada, era Mario, me dijo, “Mamá te perdono, me gustaría que vengas a visitarme”. Y así empezó otra vez el camino de nuestra reconciliación, yo iba todos los días a verle hasta que le dieron el alta y se vino a casa.

En la última reunión con la psiquiatra de la clínica, me dijo “Nosotros ya no podemos hacer nada más, le recomiendo que continúen con la sanidad pública, pues ellos tienen recursos que nosotros no tenemos, como el hospital de día”.

Así que volvimos al sistema público y empezó a ir al hospital de día que nos correspondía. Allí nos encontramos con un equipo multidisciplinar de psiquiatras, enfermeras, psicólogas, auxiliares, etc.  Mario enseguida hizo amigos entre los otros pacientes, chicos y chicas de su edad, y yo como madre iba una vez a la semana a las reuniones de padres. Estuvo yendo un par de años, era una situación relativamente plácida, allí los pacientes estaban entretenidos, les administraban su medicación, principalmente inyectables, teníamos cita los dos con su psiquiatra como una vez al mes, de vez en cuando nos invitaban a los padres a un picoteo con aperitivos preparados por nuestros hijos en la clase de cocina.

Una vez terminada esta etapa, Mario seguía en casa, pasaba mucho tiempo en su habitación, estaba tranquilo, fumaba mucho, quedaba de vez en cuando con sus amigos. Tuvo varios trabajos esporádicos: jardinería, reparto de Telepizza… poca cosa.

En un momento dado, yo noté que no tenía buen aspecto, estaba hinchado, tenía un color grisáceo, se le veía muy embotado, muy lento de movimientos… ya no parecía un chico joven, parecía un señor.

Empecé a pensar que esa medicación que le estaban poniendo cada 3 meses quizás no fuera buena… pero claro, era necesaria por su enfermedad, porque si no se la toma, fíjate la que se monta… se descompensa.

Decidí armarme de valor y bajar el prospecto de Trevicta de Internet, un tocho bien gordo, que imprimí. Me puse a leerlo en varias sentadas… los efectos secundarios eran de muchas páginas… los potenciales efectos sobre la salud, tanto a corto como a medio-largo plazo, innumerables.

Miré la dosis de Trevicta que le estaban poniendo a Mario, 525mg era la dosis más alta, sin embargo la doctora del centro de salud mental me había asegurado en varias ocasiones que estaba tomando una dosis baja.

Le dije a Mario “¿Quieres que hablemos con tu psiquiatra sobre tu medicación y le decimos si te puede bajar la dosis?”

La psiquiatra se mostró muy poco receptiva “Esa dosis le está yendo muy bien y no es prudente cambiarla”.

Le escribimos una carta firmada por los dos. En respuesta la doctora me llamó insistiendo en que no se le podía bajar la dosis. Le pedí si le podía mandar un análisis de sangre, para ver cómo estaba, pues en todos los años que había ido al centro de salud mental jamás se lo habían pedido, la doctora accedió.

A la semana recibí una llamada de la doctora, estaba algo alarmada, en la analítica habían salido algunos resultados preocupantes, los triglicéridos disparados, el colesterol muy alto, nada normal para un chico de 30 años. Me urgió que pidiera cita con el médico de cabecera.

En la siguiente cita con ella le volvimos a pedir que le bajara a la siguiente dosis inferior de Trevicta, de 350mg, esta vez para nuestra sorpresa accedió.

Poco después nos comunicó que dejaba el centro de salud mental y que nos iban a asignar otra psiquiatra. Mario y yo habíamos hablado que queríamos empezar un proceso de reducción de la medicación, y decidimos que este era un buen momento para cambiarnos a un médico privado que nos pudiera ayudar con esto.

Empezamos a ir a un psiquiatra privado que conocíamos de antes, no es que fuera un médico muy despierto, pero accedió a ayudarnos y hacernos las recetas que necesitáramos.

Así que pasamos a la medicación oral Invega con la dosis equivalente del último Trevicta, al principio la cosa fue bien, nos animamos y empezamos a reducirla. Fueron pasando los meses y seguimos bajando, estábamos deseando quitarnos esa medicación de encima, pero fuimos demasiado rápido.

Mario empezaba otra vez a comportarse de forma rara, estaba huidizo conmigo, desconfiado, malhumorado… yo no sabía qué hacer… no quería volver al sistema público, no quería ingresarle… “a ver si se le pasa” pensaba.

Llevaba varios días muy raro, escurridizo, huraño. Me levanté pronto por la mañana y vi que no estaba en su habitación, la cama estaba vacía… qué raro, ¿dónde estará?

No estaba nuestro vehículo en la calle, inspeccioné su habitación y vi que se había dejado el móvil, también la cartera con su documentación.

Muerta de preocupación fui con mi hermano a la Guardia Civil y di aviso de su desaparición, cuando llegábamos a casa justamente Mario estaba también llegando… “¡Mario! ¿dónde has estado?”

Tenía muy mal aspecto, se fue a su habitación, pasó el resto del día en la cama.

Esa noche me fui a dormir más bien temprano, llevaría unas 2 horas durmiendo cuando desperté y vi a 2 bomberos asomando la cabeza por la puerta de mi habitación. “¿Está usted bien?”

Bajé corriendo las escaleras, en la planta de abajo había humo, se oían muchas voces, me dirigí al final del pasillo a la habitación de mi madre, había varias personas en la habitación, bomberos, guardia civil, protección civil, sanitarios.

Se llevaron a mi madre al hospital pues podía haber inhalado humo, yo seguí a la ambulancia en coche. Al salir de urgencias dos médicos jóvenes se dirigieron a mí, “¿Es usted la madre de Mario? Está ingresado en psiquiatría, su hermana ha estado con nosotros, mañana le llamaremos para informarle”.

Ese fue el comienzo de un ingreso de 4 meses en la planta de agudos. Estaba psicótico, fuera de sí. Primero estuvo 2 semanas, le dieron de alta, seguía psicótico, estaba haciendo cosas raras en casa, rompía cosas, arrancaba las plantas del jardín, despareció mi ordenador portátil y mi móvil.

Mi hermana le volvió a ingresar. Yo iba todos los días a la planta a preguntar cómo estaba, le había puesto sujeciones, estaba mal.

Les costó mucho que saliera de ese estado psicótico, no sabían qué hacer con él… no había plaza en una unidad de media estancia, le pusieron en lista de espera.

En septiembre de 2022, 4 meses después del incendio, salió del estado psicótico y le dieron el alta, volvió a casa.

Otra vez vuelta al hospital de día, inyecciones de Xeplion de 150mg cada 3 semanas, y Haloperidol.

Conseguimos negociar con su psiquiatra para que le pasaran a oral otra vez, le dieron de alta del hospital de día un año después. No nos hemos rendido, hemos empezado otra vez un proceso de reducción, esta vez con más prudencia, lección aprendida.

¿Saldremos alguna vez de esta pesadilla en la que se ha convertido nuestra vida? A pesar de todo, intento mantener la esperanza, hay que seguir intentándolo.

Muchas veces me acuerdo de Gabriel y Carmen, no culpo a Gabriel, hizo una buena psicoterapia con Mario. Pero Carmen…. ¿sabía lo que estaba haciendo? ¿era consciente de lo que suponían esas medicaciones?

No hemos vuelto a estar en contacto con ellos desde esa última vez en la que nos despedimos hace ya muchos años, ni siquiera sé dónde están, dónde trabajan, Gabriel posiblemente ya esté jubilado pues era bastante mayor. Carmen seguramente seguirá en activo como médico psiquiatra. ¿Se acordará de nosotros? ¿Habrá pensado alguna vez en Mario? ¿Será remotamente consciente de lo que ha supuesto su intervención en nuestra vida?

Comentario (1)

  1. Responder

    Hola Alicia y Mario
    Te mando un Abrazo grande por ser tan Valiente!!!
    La experiencia de pasar por esos procesos nos hace estar en una realidad inusual.
    Yo también soy madre de un hijo
    Maravilloso y extraordinario. Pero nos ha tocado vivir esa realidad en la estamos debatiéndonos entre lo que puede ser Bueno para nuestro Hijo y lo que nó.
    Él tiene todo el Saber…dándole Confianza es la mejor manera y sus padres, la madre o persona de referencia MANTENER LA
    CALMA EN TODO MOMENTO.
    No es fácil….la Vida sigue!!!
    Pidiendo a Su Ser que le dé la Sabiduría para hacer lo correcto en todo lo que sea necesario.
    Gracias Alicia por tu testimonio, un Abrazo

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