Tal como en el presente está diseñado el gasto en salud mental, se encuentran dos contradicciones que a todos, porque todos con nuestros impuestos pagamos la sanidad, nos afecta. Por una parte, los gastos en salud mental, son insuficientes, y la escasez de profesionales que los atiende también, fundamentalmente de psicólogos clínicos, y psicoterapeutas.

Es evidente que si a una persona se le hace esperar varios meses para ser atendida, el sistema es poco eficaz. Está claro que si se dispone de un cuarto de hora para atender a una persona que tiene un problema emocional, el sistema es poco eficaz, y que si, después de tratarla se le da la cita siguiente a los tres meses, la atención es insuficiente.

Para mí es más que evidente que los recursos de la sanidad pública, que se emplean en salud mental no son los adecuados. Un error grave que se comete es la falta de diseño adecuado en el empleo e los recursos, evaluando costes y beneficios. Y la evaluación de costes y beneficios la tenemos que hacer a la larga no a la corta, por más que este posible diseño le parezca a los expertos complicado. Hay que evaluar bien los resultados de los recursos que se emplean.

Me perdonarán el ejemplo, es como la compra de unos zapatos. Si me compro unos zapatos baratos, hechos de malos materiales se me estropearán enseguida, es posible que mi pies sufran porque no traspiren lo suficiente, y al cabo de poco tiempo los tenga que tirar a la basura. Lo que digo todos lo conocemos.

Así parece funcionar la atención a la persona que padece cualquier problema emocional. Parece que lo barato es recetarla una pastilla. Puede ser en principio atendido por el médico de familia en diez minutos o cuarto de hora.

Parece que lo barato posteriormente puede ser la consulta del psiquiatra, que posiblemente le aumentará la dosis, y le verá en unos meses.

Eso no es lo barato, y como los zapatos malos, no servirá en poco tiempo. Esta forma de proceder de la sanidad es muy cara por distintos motivos, el primero es porque su eficacia es muy baja, ya que los psicofármacos no curan, y producen efectos secundarios. Quiere decir, que más adelante, los recursos de la sanidad se las tienen que ver con nuevas enfermedades, derivadas del tratamiento con psicofármacos, que requieren gastos añadidos.

Estos gastos no se hubieran producido con otros abordajes. No conducirían a esos costes añadidos, que con el tiempo se tornan en muy importantes.

Si con ello, con los psicofármacos resultara que se le da a alguien una mayor calidad de vida, es comprensible. Pero eso no es así. Esto es sólo lo que en apariencia parece.

Por otra parte es enormemente caro usar psicofármacos, porque también influyen en la actividad de la persona, y muchas personas que los toman, ya sea a la corta o a la larga, ven mermadas la actividad que son capaces de realizar. Con frecuencia se vuelven pasivas, como consecuencia de lo que toman.

La pasividad producida por las pastillas les hace sentirse mal con ellas mismas, porque no se pueden realizar como personas, trabajar e integrarse adecuadamente en la sociedad. La necesidad de un proyecto vital en la vida, de dar un sentido a nuestra existencia, es fundamental para el bienestar emocional.

También es muy caro un tratamiento que, con harta frecuencia en vez de ir a menos los psicofármacos que se recetan, cada vez el número de pastillas que se prescribe suele ir a más. Un gasto añadido, nuevo, sin resolver el problema.

Entramos en otro aspectos, la persona se psiquiatriza, se siente un enfermo. Y sentirse un enfermo, saberse un enfermo, depediente de pasillas, atenta contra la propia imágen de nosotros mismos, contra nuestra propia autoestima, nos hace sentir diferentes, porque nuestra cabeza no funciona bien. Puede haber quien no, pero hay una legión de personas que se sienten estigmatizadas por la enfermedad mental y el rechazo social. Ellos lo dicen. Tienen que luchar contra un factor desestabilizador de su personalidad, y, en la medida que aumenta el número de pastillas que tomas, peor se siente uno consigo mismo, aunque quizás el aborgatamiento de las pastillas, se lo disimule.

Se puede ver que lo que en principio era una solución rápida, no es tal solución y los efectos secundarios se multiplican, no sólo a nivel físico, sino a nivel emocional. Más tiempo de bajas, más tratamientos por los efectos secundarios, más infelicidad en la persona, más dificultades de realización. Es como un verdadero torbellino, un ir cuesta abajo quemando recursos emocionales, de salud y originando sufrimiento.

Lo expuesto le resonará a muchos pacientes, usuarios de la psiquiatría, que en sus testimonios lo manifiestan, cómo poco a poco, no han mejorado, sino que se han encontrado peor.

Las dos últimas estapas de la escalada, a veces aparecen al cabo de unos años, otras muy pronto, cuando empiezan a mandarles a algunos pacientes antipsicóticos. El tratamiento ya para la propia sanidad se puede tornar carísimo y llegar a cifras en las que durante años las pricipales beneficiarias van a ser la farmacéuticas, cuyo coste medio de tratamiento puede rondar los 500 euros.

Esto es un TORNADO , un auténtico tornado que devora a todo. Porque el tratamiento de la salud mental está hecho con pies de barro, y mientras no nos lo replanteemos, que hay que mejorar la situación desde la base, se seguirá comiendo recursos que orientados de otra manera, indudablemente ahorraría costes económicos y muchísimo sufrimiento.

Recuerdo, cuando ya se está tomando mediacación psiquiátrica, para dejarla hay que ir a un especialista, y abordar la desescalada a milímetros, por los efectos rebote. No es un juego dejar la medicación, es un trabajo enorme que necesita ser supervisado.

 He trazado unas pinceladas muy generales, un primer bosquejo que necesita ser ampliado para que se entienda la propuesta de cambio del entramado de la salud mental, y que pasa por echar una primera mirada a los costes.

Fdo.: Mª Jesús Chocarro (seudónimo)

Licenciada en Psicología

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