Cuando falleció mi hijo, tuve claro que le habían matado. No podía del dolor, pero sabía que tenía que estar en pie, que cada día que pasara iba a ser un reto el resto de mis días. Y paradójicamente, mirando la fecha de mi nacimiento, me alegré que por mi edad no me quedaran muchos años de vida. No es que no quisiera vivir, no, siempre estuve agarrada a la vida con muchas raíces clavadas en la tierra, y una fuerza que no se de donde salía. Me consideraba como un corcho, que aunque se hunde sale siempre a la superficie. Y en esos momentos me consolaba diciéndome a mí misma, no eres la que más sufre, y esos padres que pierden a uno de sus hijos cuando aún ellos están en la plenitud de la vida? ¡Qué no van a sufrir!
Estaba claro, ya al día siguiente que iba a denunciar a los hospitales donde le habían tratado, e inmediatamente empecé a preparar la denuncia. Hice un esquema, y me puse a trabajar todo el tiempo que las fuerzas me daban.
Así como a tocar y aporrear el piano cuando no había nadie en casa, con una fuerza terrible para sacar mi dolor, mi desesperación, mi indignación, mi rabia. Daría mi vida por haber sido yo quien se fuera, y que él estuviera vivo, pensé muchas veces, y sigo pensándolo ahora. Daría años de mi vida por poderle dar un último abrazo. Le hubiera agarrado con tanta fuerza que no le hubiera dejado que se marchara. Ahí estaba su familia que tanto le necesitaba. Ahí estaba un hombre bueno, que sufrió hasta que no pudo más, al que pusieron al borde de un precipicio gritándole para que se tirara, porque ese es el terrible efecto de los cócteles de psicofármacos que le hicieron a la fuerza tomarse y, que le convirtieron en un zombi, sin voz, con una acatisia, y con otros terribles efectos secundarios.
Todo el tratamiento había sido un desastre, en vez de empoderarle y darle esperanzas de cura, se las quitaron. Le hicieron vivir un mañana tan triste, tan sin vida, que le quitaron poco a poco las ganas de luchar, toda la fuerza que le quedaba y le hubiera permitido disfrutar de muchas cosas buenas que la vida le podía haber deparado.
Hacía cuatro meses que entre mis lecturas pendientes se encontraba para la denuncia el libro de Peter C Gotzsche Medicamentos que matan y crimen organizado.
El autor después de aportarnos datos, y más datos de lo que pasa dentro del campo de la Psiquiatría, cómo prevalecen los engaños y los estudios sesgados para aprobar un medicamento, cómo las farmacéuticas se comportan por intereses económicos, que colocan sus beneficios por encima de las vidas humana, cómo usan influencias y sobornos, cómo dan informaciones falsas sobre los beneficios de utilizar determinada medicina, cómo enmascaran los suicidios que por estas medicaciones se producen, en la página 342 nos dice:
¿Cómo es posible que permitamos que las farmacéuticas nos mientan tanto, hagan de sus actos delictivos una costumbre y acaben con la vida de cientos de miles de personas? ¿Por qué no hacemos nada para impedirlo? ¿Por qué no metemos a los responsables entre rejas? ¿Alguien puede explicarme el motivo de que haya tanta gente obcecada en denegar a la sociedad el acceso a todos los datos brutos de los ensayos clínicos, o el motivo de que se nieguen a cambiar el sistema y que sólo los investigadores que trabajan para el Estado puedan probar los fármacos en pacientes, de manera independiente a la industria farmacéutica?
En un diálogo imaginario con el autor, de tan gran trabajo y, clarificador libro para entender lo que está ocurriendo en el campo de la psiquiatría , y acercarse de refilón a lo que pasa en España, y en la justicia española en relación a los casos de suicidios le dije:
Mira Peter, tú no sabes la que se me puede venir encima, porque he revisado muchas sentencias, y en general suelen ser fallidas para quienes demandan, y el dolor de vivir todo de nuevo se multiplica, porque aquí no es Estados Unidos, donde a las farmacéuticas se las denuncia, porque aquí no sabes cómo está protegido el estatus imperante, de la psiquiatría, porque aquí te echan balones fuera y culpabilizan a las familias, nunca a los medicamentos ni a haber fallado ellos, porque aquí los psiquiatras te dicen que el índice de suicidios de los enfermos mentales es muy alto, y el suicidio está dentro del proceso de enfermedad, y muchos otros disparates sin sentido, como que tu hijo tenía un desequilibrio bioquímico, o que la psicosis tiene un factor hereditario, o… lo que quieran decirte para no asumir culpas. Empecemos, porque cuando falleció mi hijo, les pedimos una entrevista al hospital en el que se encontraba, y ni siquiera respondieron.
Peter, claro que voy a denunciar. Iré de tribunal en tribunal, no me importa, mi hijo, y mi familia se lo merecen. No, no se puede uno callar y ver cómo caen nuevas víctimas.
Pero… ¿pueden denunciar las víctimas, cuando están expuestos a que les quiten las ayudas, y los usuarios con etiquetas invalidantes y destructoras tienen miedo a que vayan contra ellos? Yo misma soñé una noche que querían medicarme, y me costaba zafarme de la situación. ¡Qué paradoja! ¿No se inventarán que tengo conversaciones imaginarias con un proscrito de la psiquiatría, un autor que dice tonterías y que no sabe lo que es estar enfermo? Si embargo, hay que ver la rigurosidad de los argumentos de Peter C Gotzche, y la formación importantísima que tiene sobre el tema, porque al principio de su carrera trabajó un corto periodo de tiempo en una empresa farmacéutica y vio lo que se hacía desde dentro.
M.ª Rosa, a 20 de septiembre del 2024