Soy una afectada de la psiquiatría, consciente, hoy que lo he sido durante muchos años, más de los que he ejercido como profesional de la psicología. Una afectada porque me he creído el mito que siempre me estuvieron contando de que en la pirámide de la salud mental, arriba de todo tenía que estar un psiquiatra, mito al que no he sabido poner en tela de juicio, hasta hace poco, cuando me hice consciente del daño del grave daño que el mismo hizo en mi propia familia.
Soy psicóloga, como ya he dicho y desde la Facultad de Psicología, hace muchos años, se nos decía, en las asignaturas relacionadas con la psicopatología, que cuando una enfermedad psicológica era grave, le competía al psiquiatra tratarla médicamente. Cierto, nosotros ni una aspirina debemos recetar. Cierto también que las herramientas de la medicina en salud mental son muy defectuosas, y que las etiquetas se ponen muy fácilmente. Como también es cierto que desde la medicina de familia se diagnostican depresiones y ansiedades, en diez o quince minutos, y se mandan psicofármacos, sin pasar por la psicología. Este fenómeno para nuestra profesión es una falta de respeto, y, para el enfermo, una falta de respeto muchísimo más grave, porque se les mete en un mundo que muy frecuentemente crea adicciones peligrosas. Lo he visto, no lo dudo, lo afirmo con toda rotundidad, peligrosas.
Por mi consulta de psicoterapia, pasaron muchas personas. Algunas venían medicadas previamente, y acudían a la consulta porque después de unos meses de tratamiento médico se seguían encontrando mal y las bajas laborales se prolongaban. Venían buscando mejorar con otras alternativas.
Como el terreno del psiquiatra era medicar, trabajaba mi parcela de psicóloga, y daba por sentado que los psiquiatras sabían lo que hacían con su trabajo. A veces, dudaba, y cuando el paciente se me quejaba de la medicación porque no encontraba mejoría, le sugería si quería probar con un médico conocido que era homeópata, para ver qué podía hacer él. Y en general, obtenía buenos resultados. Resultaba que esas pastillitas llamadas glóbulos, aire para algunos, y de las que muchos niegan su eficacia, en las manos de mi compañero, médico de la Universidad Complutense, daban buenos resultados, mejores que las medicinas tradicionales para las enfermedades mentales. Curioso ¿no?, en principio, aunque para mí significativo.
Otras veces observaba que cuando un paciente tenía un delirio, y venía medicado con antipsicóticos, poco habían hecho estos en su mente para mejorar el delirio, a parte de sufrir los devastadores efectos secundarios, que le dejaban muy pasivo. Algunos pacientes intentaban resolver la pasividad por su cuenta tomando otros estimulantes… Mal remedio. Para otros, tomar antipsicóticos era como estar metidos en una camisa de fuerza, es decir inmobilizados y mal.
Ahora, lo que a mí me ataba las manos para no alzar la voz es que se me había educado como una segundona en el campo de la salud mental, cuyos jefes eran los psiquiatras y a nosotros lo que nos tocaba era colaborar con ellos, es decir cerrar los ojos y admitir que el psiquiatra es el último responsable del enfermo mental. No obstante, me preguntaba muchas veces el por qué, si los psicólogos, sobre la mente humana habíamos estudiado más años de los que se estudia que en una especialidad de psiquiatría, ocupábamos ese segundo lugar. Si nuestros conocimientos y herramientas tenían que ser mejores por los años de formación recibida para ayudar a las personas,¿ por qué en la salud pública se nos colocaba de segundones? Se me había educado para que pensara que las decisiones de los psiquiatras las considerara justas y sabias, y que aceptara, sin más que a veces el enfermo mental puede necesitar medicación.
Lo que yo no he sabido en años, es que en este papel de segundones, de los que muchos no nos habíamos cuestionado quejarnos públicamente, estábamos siendo literalmente abducidos por una psiquiatría que usa drogas que crean dependencia y graves efectos secundarios.
A mí no se me ha explicado que las personas que toman antipsicóticos asumen el riesgo de que su vida se reduzca en diez o quince años. No, eso parece quedarse dentro de los secretos de la psiquiatría quiere que permanezcan ocultos. Y a mí no se me ha explicado por qué a un adolescente autista de doce años, cuya mente se encuentra con dificultades de comunicación, se le puede dar un antipsicótico que con seguridad le hará sentirse como en una cárcel durante muchos años.
¿Por qué ocurre este fenómeno? Por qué un grupo de profesionales tan magníficamente preparado se coloca a las órdenes de una psiquiatría, cuyos profesionales les pedirán, como he visto en muchos casos, que colaboren con ellos para que el paciente se adhiera a la medicación?
Hay que abrir los ojos, y cuando yo los he abierto, y he podido reaccionar, he llegado a la conclusión que nosotros los psicólogos somos los que tenemos que llevar la batuta de los tratamientos de las personas, mal llamadas enfermos mentales, no al revés, porque los problemas psicológicos, la mayor parte de ellos se producen en la comunicación con el en el entorno social en cualquiera de sus dimensiones , y mientras estos problemas no se aborden fundamentalmente desde ahí, estaremos abocados al fracaso, y a dejar sufrir a una capa importante de la población, ya sean nuestros padres, nuestros hijos, nuestros amigos, o cualquiera que nos rodea. Y la Seguridad Social abocada a tirar recursos económicos por la ventana.
Ya es hora de empezarnos a hacer conscientes todos, de que la pirámide de tratamiento de la salud mental hay que cambiarla, por beneficio de quienes sufren.
Mª Jesús Chocarro (Seudónimo)