¿Puedo saber por mí mismo qué me pasa?

Cuando dialogas con afectados por el tratamiento psiquiátrico, te das cuenta del enorme esfuerzo que están haciendo por salir de la espiral que las pastillas les han producido. Muchos se aceptan como enfermos. Otros no, y luchan por quitarse las etiquetas que la psiquiatría oficial les ha puesto sobre la cabeza.

Los mismos familiares de los afectados, también afectados, a veces no saben, durante años dónde está el norte, y consideran a sus hijos enfermos.

¿Es que no existen alternativas para las personas que sufren emocionalmente?

Sí, existen alternativas a la medicación, y existen alternativas a los diagnósticos de los trastorno mentales.

Seré clara y precisa, no es sólo mi pensamiento de profesional, no estoy en una isla solitaria proponiendo soluciones, sino analizando las que otros profesionales reconocidos han dicho ya hace años y que parece que hemos ignorado.

Lo primero que debe de saber un afectado es que ya hace más de cincuenta años existe un movimiento en contra de los diagnósticos, porque la etiqueta de enfermo mental ya en sí hace daño.

Vamos al pensamiento del terapeuta americano que ya hace más de medio siglo escribió un libro sobre la psicoterapia centrada en el cliente, Carl R. Rogers.

La primera es que no sólo es innecesario, sino que en cierto modo es perjudicial e imprudente. El proceso mismo del diagnóstico ubica el foco de evaluación tan definitivamente en el experto, que puede incrementar las tendencias del cliente a la dependencia, y hacerle sentir que la responsabilidad y el manejo de su situación está en manos del otro. Así se sitúa más lejos del proceso psicoterapéutico que cuando vino. Además si se le hace conocer los resultados de la evaluación, esto le lleva a la pérdida de una confianza básica en sí mismo, a la comprensión desalentadora de que yo no puedo saber por mí mismo. Así se produce un grado de pérdida de identidad cuando el individuo adquiere la creencia de que sólo el experto puede evaluarlo con precisión, y por tanto la medida de su mérito personal está en manos del otros.

Este autor, ya todo un clásico nos dice que la pérdida y deterioro de la identidad por el diagnóstico se da en dos direcciones.

La segunda objeción al diagnóstico psicológico y a su evaluación es que el mismo tiene ciertas implicaciones sociales a largo alcance en lo que respecta al control social de una minoría sobre la mayoría.

No podemos asumir la capacidad de evaluar las capacidades de una persona, sus motivaciones, sus conflictos, sus necesidades porque no podemos evaluar la adaptación que es capaz de lograr, el grado de reorganización que debe sufrir, los conflictos que debe de resolver….

Lo que señala Rogers es importantísimo, en el momento que entras en el sistema de la salud mental pública, si te diagnostican de una enfermedad grave, ya te ha puesto una etiqueta para toda la vida, ya te controlan, y hasta pueden decidir una hospitalización involuntaria en contra de tu deseo. Eso atenta contra los derechos humanos básicos y contra la libertad de la persona. Ya te pueden obligar a tomar una medicación contra tu voluntad y contra la de tu familia.

Los criterios de Rogers siguen siendo actuales. No es el único que ataca a los diagnósticos.

Luis Cencillo, que fue decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Salamanca, manifestaría hace más de veinte años en uno de sus libros el rechazo de los diagnósticos tradicionales emitidos en base a los vademecums de psicopatogía DSM (americano) y el CIE 10 (europeo) ya que tienen el déficit científico de mezclar todas las denominaciones tradicionales de la psicopatología (surgidas en diferentes épocas) y tratar de clasificarlas según la duración del tratamiento o la clase de fármacos que según los mismos requieran. No superan las rutinas tradicionales y se falsean, ya en principio e inevitablemente los conceptos más antiguos de neurosis, psicosis, histeria, psicopatía… que están aún para nosotros en entredicho. Se caracterizan los diagnósticos de manera pseudo-sintomatológica y presentan en perfil plano, no estructural, lo cual es desnaturalizar el supuesto cuadro clínico de la persona.

EL CIE 10 es otro modelo con múltiples defectos de diagnóstico. Usa términos como depresión y ansiedad que equivalen a los arcaicos términos de calentura o de peste. Entendemos que depresión y ansiedad no son patologías sino expresión de problemas del existir humano.

Estos vademecums proceden a ojo, como si un cirujano operase sin conocer la estructura de los tejidos y de las vísceras, lo que constituye un error muy grave. Y la psicopatología que utilizan estos vademecums están sacadas de un aluvión de tradiciones psiquiátricas y de terminologías asistemáticas que parecen metidas en un ordenador y combinadas mecánicamente por él.

Las etiquetas en salud mental tienen mucho de irreal y de pernicioso.

Hay alternativas para superar el sufrimiento emocional, sustituyendo la neurociencia psiquiátrica, que aporta cosificación y deterioro por el uso de la medicación. Una de ellas es un sistema holístico de psicoterapia, en donde se considera que el espacio terapéutico es el lugar en donde la persona puede depositar su malestar y su dolor emocional libremente, expresando lo que siente, sin censuras, ni etiquetas diagnósticas por parte de quien le escucha. Un sistema en donde la persona encuentre su sentido existencial y nuevos parámetros de realización.

M.ª Jesús Chocarro (seudónimo)

Psicóloga

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