Cuando analizas el panorama de la psiquiatría actual, y de por qué se encuentran tan perdidos muchos de los pacientes que han acudido a ella, como enredados en un marasmo del que no pueden salir, empiezas a pensar si detrás de esta concepción que se apoya en la neurociencia, no se encuentra un sistema de visión del mundo autoritario en donde no se cuestionan ni métodos ni planteamientos, porque esto resulta peligroso para el propio sistema de psiquiatría instalado en nuestra sociedad.
No sólo los pacientes andan como perdidos y desorientados, sino también los padres y familiares, y las personas de a pie, que tienden a creerse, sin poner en entre dicho, los diagnósticos establecidos, como si fueran los dogmas aprendidos en un catecismo religioso, y que repetimos, una y otra vez, lo malo sin juzgar.
Hace unos días me encontraba hablando con alguien conocido desde hace muchos años, en un paseo por la playa, mientras las olas de una marea baja nos acompañaban con su relajante sonido, junto con el murmullo y la brisa del mar. Era una caída de la tarde plácida. Le hablé del diagnóstico de esquizofrenia, y simplemente le apunté de lo resbaladizo que era el mismo. Me había enfrentado en mi carrera a dos personas diagnosticadas con esta etiqueta, y que hacía tiempo llevaban una vida normal. Le conté cómo se habían curado. Y su respuesta fue: Ah!, es que no tenían esquizofrenia, si no, no se hubieran curado, porque esta enfermedad es crónica. Sí, le dije, según el vademecum DSM III, cuando me fueron remitidas, sí tenían esquizofrenia. También según el CIE 10.
Y…le seguí hablando de una señora que entre otros síntomas, veía luces en su cuarto, pero que por lo demás se desempeñaba bien en su vida cotidiana, y que nunca pasó por la tortura de un hospital psiquiátrico. Entonces ella me empezó a hablar de una vecina que… y que claro, la pobre mujer… hacia la que tenía mucha simpatía, se desempeñaba en su vida cotidiana normalmente. Bien, según el vademecum DSM III, una esquizofrénica no diagnosticada. Por suerte, tampoco había pasado por el campo de la psiquiatría biomédica.
Seguimos hablando un largo rato de por qué un diagnóstico así puede hacer daño, muchísimo daño. Para mí tanto daño que pueda ser vivido como una condena a muerte como un peso terrible sobre el enfermo y su entorno familiar y social.
Pero…existe la esquizofrenia?
Veamos, para Javier Álvarez, psiquiatra y fundador de Nueva Psiquiatría, la esquizofrenia ni existe, ni debe de seguir diagnosticándose. Para él hoy todos los trastornos psiquiátricos los explican a través de la neurotransmisión. Esto es una utopía porque desconocemos una millonésima parte de los que hay en el cerebro. Y sólo se sabe, y muy por encima en funcionamiento de quince o veinte. ¿Cómo me atrevo a decir que entidades tan complejas como la esquizofrenia o el trastorno bipolar son debidas a un fallo de la dopamina, y cuando esto no da resultado que es un fallo del glutamato, y cuando esto tampoco, busco otro?
De acuerdo con Javier Álvarez, y otros psiquiatras del panorama internacional, nos venden la moto. Sólo se conocen indicios de lo que pasa en el cerebro.
Las etiquetas diagnósticas estigmatizan, la de la esquizofrenia, muchísimo. Es una etiqueta desestructuradora y con un estigma social increíble, perturbador para el enfermo que se encuentra como metido en un callejón sin salida, perturbador ante el futuro que se le presenta, perturbador de su autonomía personal, de su integración en la sociedad. Es una etiqueta que no hace más que daño, y que le corta frecuentemente el futuro a la persona que se la ponen.
Como comenta Javier Álvarez: Hoy en día cuando te diagnostican esquizofrenia, a los diez días lo sabe todo el hospital, atención primaria y servicios sociales, todos los servicios gubernativos, la policía… Eres un leproso en todas partes.
La solución que ofrece la psiquiatría oficial es estar toda la vida ya medicado con unos efectos secundarios que el cincuenta por ciento de los pacientes rechaza y deja de tomar la medicación, de lo mal que se encuentra con ella. Nunca podemos olvidarlo, y debemos de poner la etiqueta en entredicho, si nos lo aplican o lo aplican a algún ser querido. Iría hasta más lejos, rechazarla, y no dejarnos meter en una camisa de fuerza.
Ser esquizofrénico es una etiqueta especialmente peligrosa, que no hay luego quien se la quite de encima, porque no hay un sistema oficial para eliminar el diagnóstico. Ser esquizofrénico se basa en algo que no está demostrado, en unos parámetros del DSM y del CIE 10, muy discutibles desde un análisis crítico. Pero lo más grave no es sólo la etiqueta, que ya en sí es invalidante, tremenda, sino en la prescripción de antipsicóticos con todos los demoledores efectos secundarios que conllevan, y con los escasos, para mí nulos beneficios que reporta.
Me atrevo a decir, el diagnosticado de esquizofrenia pasa a ser un ciudadano de segunda categoría, alguien a quien se le puede privar el derecho de decidir por sí mismo en un internamiento involuntario, se le puede practicar electroshock, contenciones mecánicas y dar medicación contra su voluntad, porque él ya no puede decidir sobre sí mismo. Se le agrede su identidad y su derechos humanos. Para muchos estar internado es peor que estar en una cárcel, mucho peor y desestructurador.
El tema peliagudo, es cómo salir de la medicación, una vez que se ha transitado por ese camino. Hay que saber cómo hacerlo, y aceptar que la medicinas psiquiátricas crean dependencias y síntomas de abstinencia fuertísimos, como las drogas ilegales.
Esto no es una broma, estamos ante un problema muy grave, gravísimo, en el que por responsabilidad de los nuestros tenemos que tomar conciencia de ello.
M.ª Jesús Chocarro (Seudónimo)
Psicóloga