Una madre se queja de que en la nueva unidad psiquiátrica para niños del hospital de Vigo el personal no puede utilizar las cámaras de las habitaciones para evitar poner contenciones a los niños
ÁNGEL PANIAGUA – 08 ene 2024
El Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo estrenó el 28 de diciembre una unidad para ingresar a niños y adolescentes con enfermedades mentales. Gabriel (13 años) es uno de los tres menores que ese día ocuparon una habitación. «Lleva desde el primer día con contenciones, atado a la cama, más de una semana», denuncia su madre, Carolina Conde, una mujer a la que interesó tanto el trastorno del espectro autista (TEA) que se formó en la materia cuando a su hijo se lo diagnosticaron, hace diez años. «No deberían ponerle contenciones, sino cerrar la puerta de la habitación y vigilarlo a través de la cámara, como hacen en el hospital de Santiago», explica, «pero me han dicho varias veces que en el control de enfermería no les han puesto monitores para ver lo que graban las cámaras».
Un portavoz de la dirección del Álvaro Cunqueiro dice que «la unidad está dotada de videovigilancia, pero esta no es una opción terapéutica». La dirección no contesta a la pregunta de si ese sistema funciona de forma efectiva. Sí dice que «la contención física forma parte del tratamiento de los pacientes agitados, entre otros. También la contención farmacológica, lo que no esta reñido con que, a su vez, se vigile al paciente». El Sergas tampoco da ningún dato concreto del caso de Gabriel.
Otras fuentes consultadas en el hospital confirman que el personal de la unidad de hospitalización psiquiátrica infantojuvenil está esperando que les sean instalados los monitores en los controles de enfermería para ver lo que ocurre en las habitaciones, pero todavía no los tienen. El personal de seguridad sí puede ver qué se graba.
Las contenciones son correas que se atan a las muñecas, los tobillos y la cintura, que impiden que el paciente se levante de la cama. Carolina cree que el uso de estos elementos es excesivo y reclama que se reduzca. Su hijo llegó a estar 17 días seguidos con ellos. Comprende que se utilicen en una crisis, para evitar que el paciente se dañe a sí mismo o a otros, pero cree que esa no es la situación actual del niño. «Muchas veces llegamos a la hora de la visita y, aunque está muy tranquilo, nos lo encontramos contenido», dice. La Voz habló con ella en varias ocasiones. La última fue el viernes por la tarde, tras visitar a su hijo. Cuando llegó a la habitación se encontró a Gabriel relajado. Pero estaba atado, solo tenía una mano suelta. Ella no culpa a los profesionales, sino a la falta de medios.
Gabriel empezó a cambiar a principios del curso pasado. Repetía sexto curso, en su colegio de toda la vida, un centro ordinario. Con la adolescencia llegaron los fuertes arrebatos de agresividad. «Dejó de querer y de poder ir al cole», dice su madre. Pasó a quedarse en casa con ella a tiempo completo. Probaron visitas de una profesora, pero no funcionaron.
Como se había formado en la materia, Carolina estaba preparando por entonces un proyecto profesional que consistía en que sería profesora a domicilio de niños como su hijo. Ya tenía una cartera de clientes, pero tuvo que abandonarlo y centrarse en uno solo, su hijo.
En el último año, el niño ingresó varias veces en el hospital. Cuando abrió en el año 2015, el Cunqueiro debía tener operativa la unidad psiquiátrica de niños y adolescentes, pero esta no llegó hasta ocho años después. Mientras, a los menores los ingresaban en pediatría o psiquiatría de adultos. Gabriel estuvo en ambos servicios. En el 2023 hubo 70 niños y jóvenes en esa situación, según datos oficiales del Sergas.
Una habitación de la unidad de salud mental infantojuvenil, antes de la instalación de los muebles M.MORALEJO
Muchos eran derivados a Santiago. Gabriel estuvo seis meses ingresado allí. «Solo le pusieron las contenciones los dos primeros días. Lo dejaban en la habitación y lo controlaban por las videocámaras, y entonces él estaba mejor», dice la madre.
En septiembre le dieron el alta en aquel hospital. Empezó a ir una hora al día al colegio de educación especial Juan María, en Nigrán. Un día, regresando a Vigo, tuvieron un accidente. No fue grave, pero el niño se descontroló. Sufrió varias crisis y acabó ingresado en el Cunqueiro. Lleva desde el 13 de noviembre. «Lo tuvieron 17 días seguidos con contenciones en psiquiatría de adultos», asegura la madre.
El día 28 lo trasladaron a la nueva unidad para menores y tampoco allí se las han quitado. La filosofía de trabajo de la nueva unidad pasaba, en principio, por reducir el uso de estos elementos y por promover un entorno más adaptado a los pequeños.
La habitación acolchada para las crisis no se utiliza y la terapeuta ocupacional es compartida
La nueva unidad de hospitalización de niños y adolescentes con enfermedades mentales cuenta con una sala que se conoce como habitación de la calma o de tiempo fuera. Se trata de una estancia completamente acolchada. En teoría, sirve para trasladar a un paciente que esté sufriendo una crisis y que pueda hacerse daño. Su uso es para casos puntuales. «En una reunión, las psiquiatras nos dijeron que no la pueden usar porque no estaba bien acondicionada y porque no tenían formación suficiente», dice la madre.
La dirección del Cunqueiro señala que la habitación de tiempo fuera «está perfectamente dotada y acondicionada y, de hecho, no se podría haber abierto la unidad sin esta habitación». Explica, además, que tanto esta sala como las contenciones o cualquier otra acción terapéutica se hacen «por prescripción facultativa, nunca a solicitud de los padres».
La madre también lamenta que no haya terapeutas ocupacionales. Asegura que su hijo solo ha tenido tres sesiones de 20 minutos por semana con una terapeuta ocupacional. Considera que avanza mucho en esas sesiones, pero que la frecuencia es insuficiente. El Sergas informó oficialmente de que la unidad contaría con una terapeuta ocupacional, pero la que hay trabaja en varios servicios. «Agradezco mucho al personal, a la terapeuta y a la psiquiatra, a los enfermeros que están llenos de mordiscos… pero la Administración no dota la unidad de recursos suficientes», se queja Carolina Conde.
Otra de las carencias que detecta es que los padres no pueden tener contacto permanente con la unidad más allá de las dos horas de visita diarias. «Nos dicen que todavía no tienen habilitados los correos para que contactemos con ellos», explica.
Casi un año en espera para ir a un hospital específico
El Hospital Mutua Terrassa, en Cataluña, tiene la única unidad de España específica para ingresar a niños con TEA. A Carolina Conde le gustaría que su hijo fuese hospitalizado allí, pero lleva casi un año en lista de espera. «Allí tienen prohibidas las contenciones». Cree que en Galicia debería haber si no una unidad, al menos sí formación específica en TEA para el personal de las unidades psiquiátricas.