VOCES CONTRA LAS ETIQUETAS PSIQUIÁTRICAS
La patologización de la población empieza pronto, ya desde la infancia, y en la adolescencia, considerada una etapa de más tendencia al riesgo, algunos de nuestros jóvenes empiezan a ser víctimas de las medicaciones psiquiátricas.
Tomo de punto de partida las palabras de una investigadora española, Natalia Carceller-Maicas.
“Hay una falta de correspondencia entre aquello que es percibido como riesgo por el sistema biomédico y aquello que los jóvenes sienten, designan y viven como tal. Atendiendo a este riesgo vivido es donde se observan aspectos claves relacionados con los efectos perniciosos que las biopolíticas de las aflicciones puede ocasionar en la salud juvenil”.
El trabajo de Natalia versa sobre patologización y medicación de los trastornos emocionales de los adolescentes. Nos habla con certera visión de los efectos que la biopolítica de las aflicciones tiene sobre la salud juvenil, de la visión adultocéntrica del sistema de salud que recoge sólo el punto de vista médico, pero que deja fuera la perspectiva de los jóvenes, no integrando la polifonía de las voces de todos los actores implicados.
“Ante este caos vital de la hegemonía biomédica en general y de las biopolíticas de las aflicciones en particular han encontrado un filón poblacional al que objetivizar, patologizar y medicamentar; pues los acontecimientos y las circunstancias típicas de esta etapa pasan por un filtro de cribaje bajo la mirada adultocéntrica del sistema médico que deja tras de sí un inventario de nosologías clínicas donde previamente sólo había experiencias vitales”.
En su estudio hace un análisis de las narrativas de los adolescentes que nos muestra cuáles son las causas del malestar emocional más frecuente en estas edades. Este estudio coincide con los resultados de otras observaciones. Los temas centrales son los estudios, familia, mal de amores, amigos y Bullying.
Estos temas son considerados por los jóvenes como problemas cotidianos que quedan dentro de la normalidad del proceso de crecimiento y aprendizaje vital en esta etapa por diferentes autores.
Y aquí surge el primer desencuentro para Carceller-Maicas entre el lego y el adolescente: el adolescente que siente un malestar no se siente paciente, sino que se siente adolescente con un malestar.
En esta etapa de tránsito al mundo de los adultos lo que le preocupa a los jóvenes adolescentes desde hace años viene siendo lo mismo.
“Cuando tenía 13 y 14 años, como muchos de mis compañeros me pasaba mucho tiempo pensando en mis cosas, sobre todo en ensoñaciones sobre el chico que me gustaba. Nadie me diagnosticó TDAH, por suerte. Me aburría en las clases. Y mis notas bajaron muchísimo”. (Rosana)
“Me preocupaban los amigos, sentirme una más dentro de mi grupo. Tenía el libro delante, abierto, pero parecía que lo que leía no me entraba, me olvidaba rápido de lo que había leído, que poco tenía que ver con mis intereses”. (Carmen)
“Mi madre no me entiende. Se queja de que no la ayudo. Mi padre siempre está en su trabajo, o en sus cosas, hablo poco con él. A algunos de mis amigos les pasa lo mismo. Nuestros padres nos ven como niños”. (Claudio)
Para Carceller-Maicas la balanza de los jóvenes entre daños y beneficios de la asistencia psiquiátrica la sienten como claramente desfavorable, pues implica asumir, entre otros muchos aspectos: 1) La patologización de su malestar. 2) La posible carga con una etiqueta diagnóstica y el estigma asociado a esta etiqueta. 3) La minusvalorización de sus propios saberes y experiencias.
Cuando el adolescente recibe una respuesta en términos de trastorno por parte del profesional como tú tienes un trastorno negativista desafiante, un déficit de atención…se produce un desencuentro. El adolescente entra con un malestar propio de su etapa evolutiva, y sale con un trastorno. Visto desde fuera, es penoso.
Los jóvenes (pienso que también los adultos) cuando acuden a que les atiendan, muchas veces por presiones del entorno familiar, escolar, buscan: alguien que les escuche, les entienda y les ayude a tirar adelante.
“Quiero que se me escuche, no que me den sermones, para eso ya tengo a mis padres. Soy como los otros chicos de mi edad, y si acudo aquí es por presión de mis padres. Lo único que han hecho es darme unas pastillas que me atontan. No veo que me sirva para nada”. (Antonio)
Las percepciones, visiones y vivencias en torno al riesgo referidas por expertos y adolescentes, vuelven a chocar referidas al tema de la medicación de los estados de ánimo. Mientras los profesionales la consideran como una solución efectiva, segura y recomendable para lidiar con este tipo de aflicciones, muchos jóvenes se muestran reacios, prefiriendo otro tipo de abordaje para hacer frente a este malestar.
Una de las jóvenes entrevistadas por Carceller-Maicas comenta:
“Los psiquiatras… bueno, no tengo muy buena imagen de ellos, porque a mí, en un cuarto de hora, me pusieron en la mano los antidepresivos … me preguntó si me drogaba, si fumaba, si bebía y me dijo: Te veo en tres semanas y no te olvides de tomarlos. Ya verás cómo te sube el ánimo, y eso me pareció muy mal”. (Patricia)
Aunque los motivos que refieren los jóvenes contra la toma de fármacos son diversos, todos confluyen en aludir al riesgo vivido, pues en base a sus propias experiencias y vivencias destacan más daños y peligros en su consumo que posibles beneficios.
“..la verdad es que van bien… pero cuando las dejas…A mí no me gustó. No sé. Pienso que tampoco te ayuda realmente… es como que te crean adicción… como que las necesitas… Yo pensaba, que me vuelva a dar las pastillas, porque cuando las tomaba estaba super en la nubes, todo me resbalaba, nada me alteraba. Estuve dos años tomando pastillas, pero cuando las dejé… buff…todo seguía ahí, la angustia, la tristeza, la desesperación… Estaba… buff… pero claro tampoco es bueno porque crean adicción”. (Lorena)
Otro de los entrevistados explica los daños que a él le ocasionó:
“Comprobado, medicarse con psiquiatras puede que vaya bien a una persona, pero en mi caso no me fue bien, y puede llevar a efectos secundarios como el trastorno del sueño que tuve yo que, bueno, perdón por la palabra, pero jode bastante la vida. Ese tiempo que estás así, es que te levantas por la tarde, con toda la mañana que ya ha pasado. Todo el día desperdiciado… Yo estaba estudiando aeronáutica, pero al final tuve que dejar los estudios por culpa del trastorno del sueño y el estado en el que me dejaba”.
En base a las narrativas expuestas se puede ver que los jóvenes, en base a su propia experiencia viven esta vía de tratamiento con demasiados riesgos. Lo cual hacen que las descarten y opten por estrategias de afrontamiento basadas en al auto-gestión.
“A ver, yo no veo que algo así (refiriéndose a los malestares emocionales), se tenga que tratar con pastillas y con medicamentos. Yo creo que es más en plan psicólogos, en plan comprender mentalmente e intentar superarlo por sí mismo, ¿sabes?, no a base de pastillas”.
Tal como los jóvenes lo viven aquello que les pasa no tiene nada de patológico, sino que es un proceso normal, ante el cual lo que necesitan son herramientas para hacerle frente, y no etiquetas diagnósticas y pastillas que les cataloguen de enfermos y funcionen como parches emocionales que tapen el problema en lugar de solventarlo.
Ante el balance entre riesgos y beneficios la solución biomédica es considerada por los jóvenes como demasiado riesgosa, tanto para su salud presente como futura.
Los adolescentes consideran la autogestión como la mejor estrategia de afrontamiento, pues tal como afirman: “es la vida, no un trastorno mental y yo por mí mismo saldré adelante”.
El trabajo de Carceller-Maicas es una voz muy reflexiva y poderosa contra las etiquetas psiquiátricas, una voz basada en el estudio, en la investigación, una voz que abre la esperanza para el cambio urgente del abordaje de los mal llamados trastornos mentales por parte de la sanidad, una voz que atestigua de nuevo lo ya conocido, que los tratamientos con fármacos no solucionan los problemas, sino que los difieren y aumentan exponencialmente.
Una voz de investigadora que pone de manifiesto algunas de las más importantes raíces de este problema del desenfoque de la salud mental, la hegemonía biomédica en general y las biopolíticas de las aflicciones.
Mª Jesús Chocarro (seudónimo)
Psicóloga