Fecha del correo electrónico: domingo, 26 nov. 2023 8:38
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Buenos días. Como comuniqué por teléfono, mi hijo ha fallecido de forma trágica. Con una soga al cuello, terrible imagen que tendremos en la retina tres personas. Una de ellas, una niña de cinco años, la hija a la que mi hijo adoraba, y otra yo, su madre, que la acompañaba tan feliz a abrir la puerta de la casa de su padre. También su hermano, mi otro hijo. Yo salí, corriendo con mi nieta, despavorida. Llamamos a su hermano, que gritó y lloró desesperado.
La situación ya es irreparable.
Pero los motivo, hay que analizarlos.
Son las siete de la mañana.
Mi querido hijo, como quizás otros pacientes, vivía el estar internado como una cárcel.
Muchas veces me dijo que ya no podía más. Y yo, aunque su conducta los fines de semana era por su parte de un gran esfuerzo y cariño hacia su hija y hacia su familia, iba viendo que no aguantaba más estar en el hospital.
¿Se prestó atención a ello? Ustedes son los profesionales. Pensaron que si salía sin estar en otro centro de referencia podía ocurrirle algo.
Yo no. A lo que empecé a tener miedo es a que siguiera hospitalizado. Y de hecho hay testigos de mi lucha porque la directora del Centro de Salud de mi zona le consiguiera una plaza de forma inmediata, porque en mi intuición de madre, conocedora de mi hijo, veía un peligro en que siguiera hospitalizado.
Pero ustedes no vieron el peligro.
Antes de hospitalizarle mi hijo era una persona con ganas de vivir. Conflictiva y enferma si, pero con ganas de vivir.
Después, desde su hospitalización en el Álvaro Cunqueiro, yo lo veía como un zombi, moviéndose continuamente, rígido, con un hilo de voz, y movilidad reducida.
Qué penas, para nosotros, verle así era dolorosísimo.
Pero ustedes afirmaban que un factor desencadenante de su brote era no estar medicado. A pesar que yo les había dicho que antipsicoticos llevaba por lo menos cinco años sin tomarlos.
Y la familia había sobrevivido y llevado a mi hijo adelante.
Ahora ya no se puede hacer nada.
Se le privó de la libertad para curarle y ha perdido la vida. Para mi la responsabilidad del sistema es evidente.
¡¡¡Que tristeza recordar un internamiento tan baldío!!!
Se enferma con la palabra. Y la palabra es la principal herramienta de cura en los trastornos de personalidad.
Los psiquiatras tienen que ser magos de la palabra, a parte de saber medicar.
Y ustedes no han sido magos de la palabra, sino que se han conducido, no se en qué parte por protocolos, desbordados posiblemente por una sanidad en la que faltan medios y la psiquiatría es una María.
¡Que pena! Varios vecinos de mi casa me lo dijeron. Tu hijo está mucho peor que cuando entró. Hasta uno de ellos me vaticinó que así mi hijo no duraría ni dos meses.
¡Que pena que ustedes no se dieran cuenta!
Quizás mi hijo hubiera muerto de otra cosa, de un infarto, o de algo así. Pero no con una soga al cuello.
Firmado: María R. del Carmen