¡CUIDADO, LOS PSICOFÁRMACOS ENGANCHAN!
En mayor o menor medida, empiezas a ser un afectado de la psiquiatría cuando te recetan la primera pastilla psiquiátrica, el primer psicofármaco, porque te ponen al borde del precipicio de la dependencia. Digo, de la dependencia, porque a no ser que las tomes pocas semanas, y eso no ocurre, te hace dependiente de ellas, y luego, según el tiempo que las lleves tomando, te tienes que enfrentar a un mono más grande o más pequeño. También influye la clase de pastillas y la cantidad que de ellas te han mandado.
¿Cuales son los caminos de entrada a los psicofármacos?
Las pastillas en un tanto por ciento muy elevado, cercano al cincuenta por ciento o más, según las estadísticas de los años, las prescriben los Centros de Salud.
La pregunta es por qué los médicos las recetan en consultas que no duran más allá de quince minutos, y en donde sólo te da tiempo a hablar de tu vida de manera muy básica: trazar grandes rasgos sobre tu vida y exponer las quejas de tu malestar.
A veces, necesitas simplemente que alguien te oriente a quién acudir. Lo normal sería derivar a un psicólogo clínico, pero en los Centros de salud no existen, y sólo hay tres profesionales por cien mil habitantes. Y el 40% de las Unidades de Salud Mental de los hospitales tampoco cuentan con profesionales cuya herramienta sea la palabra, ya que los conflictos del ser humano se gestan en el ámbito de las relaciones sociales, familiares, profesionales, escolares o del grupo social.
Cuando en los centros hay psicólogo clínicos, la saturación de los servicios es tal que te pueden ver una vez cada tres meses.
En ocasiones lo que te sucede es un bache de la vida, o algo que te ha afectado a tu autoestima. En general, todos somos muy sensibles, y tenemos las antenas puestas cuando se nos rechaza.
Otras, tú mismo sabes lo que te ocurre es inevitable, que tienes un dolor que tienes que pasar, ya sea por la muerte de un ser querido, o por otras circunstancias.
A veces tienes la necesidad de que te den la baja laboral y tener un respiro emocional para relajarte. Ahí viene el problema, esto no se contempla en la Seguridad Social. A una baja médica hay que añadir una medicación y un diagnóstico. Ya te han etiquetado, ya si tu dolor es psíquico te han puesto la etiqueta, cuando tú lo único que necesitas es tiempo para tomarte un respiro y descansar. ¡Siii!, lo afirmo con rotundidad, sólo tienes necesidad de descansar, de hacer un parón en tu actividad laboral después de llevar un tiempo realizando una doble tarea como muchas veces les toca a las mujeres cuando nuestros mayores envejecen y adquieren una enfermedad invalidante como el alzheimer. ¡Cuantos cuidadores de hijos enfermos, de familiares enfermos, se sienten desprotegidos, agotados, después de años! No sufren los mal llamados «trastorno mental». Pero necesitan un respiro.
Mi madre enfermó de alzheimer, empezó con pequeños olvidos que fueron agrandándose. Después de diez años de su larga enfermedad falleció. Había sido la hija que más cerca había estado de ella, la que más noches había pasado en el hospital, quien más había sufrido de cerca su enfermedad y quien más también la había disfrutado cuando agarraba su mano entre las mías, y sentía que a pesar de su deterioro era ella, mi madre, y que su identidad seguía allí, a pesar de que la memoria se le escapaba a chorros.
Cuando fui al médico pidiéndole la baja me encontraba fundamentalmente cansada, con el dolor de una pérdida, a la que se añadían otra serie de problemas de mi entorno que gravaban sobre mi estado de ánimo, y que son problemas del vivir, del día a día, a los que tenía que encontrar salida, o dejar que el tiempo los resolviera por sí solos.
Me derivaron al psiquiatra quien me diagnosticó un trastorno depresivo y me mandó tomar un ansiolítico, una benzodiacepina, Valium 10 mg, que es un tranquilizante, sedante, para que relajara mi sistema nervioso, y un antidepresivo, Pristiq, al que más tarde me añadieron un antiepiléptico.
Cuando probé la primera pastilla de Valium al levantarme de la cama al día siguiente, me encontré mal, mareada, somnolienta. ¿Era con eso con lo que querían curarme? Pasó lo mismo con el Pristiq. No vi su efecto positivo por ninguna parte. El psiquiatra no me habló de los efectos secundarios de las pastillas, ni tampoco de lo mal que pueden sentar al empezar el tratamiento.
Decidí no tomarlas, porque sabía lo que enganchaban, y lo difícil que era dejarlas. Pero no dije nada porque necesitaba descansar y estar de baja.
Al descansar, sin tomar nada, y elaborar mi duelo, la pérdida de mi madre, fui mejorando, y recuperando mi vitalidad habitual.
El problema surgió cuando le dije al médico de familia que me quitara las pastillas, para no ocasionar un gasto a la Seguridad Social, que ya no las necesitaba, que me encontraba bien. Me dijo que no, que no era el momento, que podía volver a deprimirme, que las siguiera tomando por un tiempo. No lo hice, claro, seguí simplemente cogiendo las recetas. No quería problemas con el médico de la Seguridad Social.
Al cabo de los meses volví a decirle que no me las recetara más, ya estaba de alta, y me volvió a decir que no era el momento de dejarlas, que llevaba poco tiempo tomándolas y podía recaer en el estado depresivo. De nuevo no quise discutir con él, y decirle la verdad, que no las había tomado nunca.
No entendía nada. ¿Por qué ese empeño en que siguiera tomándolas? La tercera vez que pedí que me las retiraran, tampoco era el momento de dejarlas de tomar.
Un día dejé de recogerlas en la farmacia. Y más tarde pedí que me las retiraran de mi ficha de medicación. Con el tiempo he sabido por qué no me las retiraban.
Si existiera flexibilidad en el sistema, si no fueran necesarias para una baja, y se aceptara la visión del paciente, personas como Isabel, no tendrían que mentir, ante la presión de lo mal establecido. ¿Reprochárselo? Nos está a la larga ahorrando dinero a los contribuyentes y trazando un camino de salud, enfrentarse al dolor, a veces inevitable.
Este caso no es único, conozco a mucha gente que por su propia visión de la vida no toma pastillas. Les llaman, algunos psiquiatras, negacionistas, y se atreven a decir que estas personas, como Isabel, resilientes y conscientes de la realidad del daño que hacen, van contra el tratamiento de los mal llamados enfermos mentales y que hacen daño a la psiquiatría, cuya función es proteger a los enfermos, misión de la que se sienten muy satisfechos.
Muchas personas se enganchan a las pastillas por tener que atravesar una situación difícil, como cuidar a un enfermo con cáncer, y de la noche a la mañana cambiar su vida y no poder salir a dar un paseo con los amigos. No, no es que sean depresivos, es que después de un tiempo, la persona está agotada de ese trabajo extra que tiene que asumir. Eso se sabe, hay que cuidar al cuidador. Este problema se ha puesto sobre el tapete. ¿Pero quién cuida al cuidador? ¿Las pastillas?
Hablando con una amiga me contaba que después de dos años se ha leído el prospecto de lo que le mandó el psiquiatra, que tiene el colesterol por las nubes, que se encuentra cansada, y… que menos mal que la médico de cabecera le está ayudando a dejarlas. Pero la última vez que había ido a ver al psiquiatra, le dijo que aún no estaba bien y le aumentó la dosis.
Otras personas ni se atreven a plantear dejarlas. Una conocida, una mujer metida en el mundo de la política, me comentó hace años que llevaba ya dos décadas tomando Orfidal para dormir, y que aunque sabía que su sueño era más ligero, y su descanso peor, no se planteaba el dejarlas, lo consideraba imposible.
Los médicos saben que los psicofármacos enganchan, que dejarlas produce «mono», y que la desescalada es difícil, porque a veces se empeora, por el propio malestar que produce dejar las pastillas psiquiátricas, cosa que no ocurre con otras medicaciones, como con los antibióticos.
He leído un libro magnífico que se puede bajar de internet, se llama Kit de supervivencia para la salud mental y retirada de los psicofármacos, de Peter C. Gotzsche. Lo recomiendo, es imprescindible saber cómo desescalar la medicación. A veces ni los propios médicos los saben, porque no es hoy media y mañana un cuarto, sino un muy, muy poco a poco, y se necesita ayuda, alguien que te acompañe.
La lectura del libro de Gotzsche me abrió aún más los ojos aunque siempre he estado contra ellas, de lo dañinas que son las medicaciones psiquiátricas.
A veces se juega con el sentimiento de culpa por no estar tomando lo que te medican. La propia Isabel lo tenía, pero mejoró sola. La consigna de la psiquiatría es: No te curas porque no eres constante, y si dejas de tomar las pastillas te vas a poner más enfermo. Se llama baja adherencia a la medicación porque no eres consciente de tu enfermedad mental. Para mí es un juego de palabras, una grave mentira. Es irracional, ciertamente tener culpa.
Te han metido en la dependencia, pero nadie se responsabiliza. El problema ahora es tuyo, y necesitas buscar quién de verdad te ayude, un especialista es desescalada de pastillas psiquiátricas. El sentimiento de malestar lo debían de tener los médicos psiquiatras y de familia que las mandan, y no indican otras vías de salida de los problemas.
Las salidas a dejar de tomar las pastillas las hay. Es un camino a seguir con mucho cuidado y acompañado.
Gotzsche nos cuenta la historia de un joven holandés, David, estudiante vivaz y muy inteligente. Es muy duro escucharla, pero muy real. No es para asustar a nadie.
David rumiaba con frecuencia, no obstante tenía muchos amigos y una vida divertida… Cometió para Gotzsche un error, consultó a un psiquiatra y le recetó sertralina… En dos semanas se encontró peor, le incrementó la dosis, se volvió zombi, sin libido, ni emociones, toda su personalidad había desaparecido… El embotamiento de sus emociones fue fatal. Empezó a tener problemas de sueño… Quería vivir desesperadamente, pero no como un zombi lobotomizado. La sertralina le ocasionó un insomnio severo que duró hasta el día que se suicidó.
David quería que su historia fuera contada como una advertencia para los demás, para los jóvenes y para los padres.
No es un caso único, desgraciadamente ocurre. Pero nunca se culpa a la medicación, sino a la enfermedad del paciente. Esto es muy injusto. Hay que repensar el paradigma del tratamiento de la angustia, de la depresión, y de otros problemas emocionales, darle salidas, que de verdad sean salidas hacia estar mejor.
Denunciar el daño que hacen que hacen las pastillas psiquiátricas es un imperativo ético.
¿Recetar psicofármacos? Debía de ser algo excepcional, muy excepcional, y siempre pasajero. Se ha demostrado que hasta para la llamada por los psiquiatras esquizofrenia existen salidas de tratamiento sin medicar. ¿Por qué no aplicarlas, cuando tanto sufrimiento se evitaría?
Mª Jesús Chocarro (seudónimo)
Psicóloga