Es como me has dejado, a la intemperie,  solo, angustiado, con miedo…

«Yo soy tantas cosas que tú nunca me podrás definir, porque siempre estarás resbalando por una pendiente de incomprensión, si me etiquetas, y agrediéndome, si  me quitas la libertad de decidir, si me internas, si me das electroshocks, si me ofreces medicinas que no me curan,  y NO ME INFORMAS  DE LAS DEPENDENCIAS y de los posibles devastadores efectos secundarios de las mismas.”

  “Yo estoy  como  suspendido de las cuerdas de un edificio, porque así es como me has dejado, a la intemperie, solo, angustiado, con miedo, pero si me caigo, si resbalo, dirás que la culpa fue mía, que es la enfermedad la que me ha llevado a perder la vida. Eres un cínico, un ser sin entrañas, y siento que me he metido en las fauces del lobo, tú, psiquiatra de mierda”

 El sentimiento de Juan no puede ser más vivo, es una protesta, una agrísima protesta contra el paradigma actual de la psiquiatría. Está obsoleto, hace daño, por mucho que el cientifismo nos quiera  tapar la realidad y presentarse como una vía de tratamiento eficaz.   

     Una de las realidades que hay que poner sobre el tapete es que dentro de la psiquiatría hace ya muchos años que se han manifestado voces disidentes, que han vivido que el sentimiento de Juan no es único, que los pacientes sufren, que sus derechos se les pisotean, y se les trata peor que si estuvieran en la cárcel.  Ellos no deciden, pierden sus derechos cuando se les interna involuntariamente.

 Hay que reconocer que existen profesionales de la psiquiatría que se han opuesto al sistema imperante y que han buscado soluciones para mejorar y cambiar el sistema  de atención a la persona  que padece dificultades emocionales.

 Entre estos movimientos se encuentra el de los  llamados «antipsiquiatras», conscientes de que el modelo imperante no es el adecuado.

  Por eso  pensamos que  es importante reconocer sus aportaciones, muchas de ellas muy valiosas,  y  tenerlas en consideración a la hora de buscar esquemas donde apoyar  y cimentar un nuevo modelo  de la salud mental  en contra del actual  que está en manos de la psiquiatría de orientación biomédica   y de las pastillas.  

LA ANTIPSIQUIATRÍA  AÑOS 70

   En la actualidad siguen siendo importantes sus aportaciones del pasado, que se reconocen hasta por parte de la psiquiatría oficial, y que están en línea con lo que desean afectados, familiares,  y muchos profesionales de la salud mental procedente de campos diversos, entre ellos de  gente que atiende directamente al paciente en el día a día, como son los enfermeros  del área de salud mental. Conocemos que algunos, afectados  interiormente por lo que ven, han dejado sus puestos de trabajo y pasado a otros desempeños profesionales. ¿Se les puede llamar antipsiquiatría? Si, con todo el derecho. Vayamos a una definición amplia, la antipsiquiatría se gesta desde numerosos colectivos.

 Pasemos ahora a algunos principios del movimiento antipsiquiátrico surgido desde dentro de  la psiquiatría hace cincuenta y tantos años.

 Para la antipsiquiatría  los medios  tradicionales  de  enfrentar la enfermedad y de curarla no son otra cosas  que la expresión de las necesidades de una sociedad conflictiva, que se defiende de su propio desequilibrio.

 Erich Fromm  ya anteriormente, en 1955, hablará de este tema ampliamente en  su libro Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. No sólo las personas están enfermas sino también se puede hablar de sociedades más o menos alienantes.

 Todos sufrimos de esa alienación de la sociedad en la que vivimos, y de los  moldes estereotipados de conducta. Los grupos más vulnerables son los niños, los adolescentes y los ancianos. También los jóvenes que ven sus procesos de  desarrollo interrumpidos, por los problemas con el trabajo, la vivienda,  falta de recursos económicos estables, la precariedad económica, los pseudomodelos de identificación que les ofrece la sociedad, y la salida fácil al mundo de las pastillas para enfrentar su malestar interior.  El modelo de Fromm  y de la antipsiquiatría sigue siendo válido.  

   Por ello no es de extrañar que la antipsiquiatría que se desarrolla en los años 70  afirme que:

 La enfermedad es un síntoma cuyas causas hay que buscarla en los grupos sociales que la han originado.

   En una primera mirada da pereza ponerse a ello, el reduccionismo psiquiátrico es mucho más cómodo. Encontrar una causa biológica, un desequilibrio químico de la enfermedad mental es, a primera vista, mucho más grato, tanto puede serlo  para el enfermo como para el entorno.  Aunque el desequilibrio químico  sea un constructo, no exista y sea falso.

   A veces, con tomar la llamada píldora de la felicidad, parece suficiente.  Y allí somos nosotros mismos, los que por buscar soluciones fáciles entramos en las fauces de la psiquiatría.

 Se nos ha enseñado a que se es eficaz si un problema se resuelve fácilmente.  Se nos bombardea con seudo-valores sobre el triunfo social,  se nos lanzan imágenes publicitarias a todas horas de cómo nos vamos a sentir de bien, desde  tomando una simple pizza de la casa X, hasta comprándonos un coche de  la marca J.   Estamos en  una sociedad de consumo, y erróneo sería negarlo. Y desde ahí,  DESDE LA CRÍTICA, muy  seriamente tenemos que abordar la salud mental, cuestionándonos entre otras cosas  la trampa para no caer en el modelo de consumidores de psicofármacos. Un modelo que oculta una realidad dramática, la facilidad del enganche.

     No se trata de ser desconfiados, sino de ser críticos, de cuestionar, porque nosotros, las personas de a pie,  somos las que  tenemos que  analizar lo que se nos ofrece  y desarrollar nuestros criterios de protección.   

  Pasamos a otro punto defendido por la antipsiquiatría.  El llamado enfermo mental es una víctima de la sociedad. La enfermedad mental se ve como una protesta del que la padece, ante unas condiciones imposibles de aceptar.

Ciertamente, la persona que sufre, quizás por no adaptarse a un  entorno social que tiene sus propias patologías y contradicciones, quizás por su propia sensibilidad, por haber tenido dificultades especiales,  por no haber encontrado recursos en su interior, o… por haber entrado en el circuito de las pastillas llamadas psicofármacos, derivados de la consulta del médico de familia, o de la Unidad de Salud  Mental, o del manicomio llamado con otro nombre, es ciertamente una víctima social. 

 Otro  punto que defiende la antipsiquiatría es que el paciente, el mal llamado enfermo mental  es una persona que está haciendo  un intento de solucionar sus conflictos  y de defenderse de una alienación insufrible.

El sufrimiento es una expresión de nuestro intento de solucionar los conflictos internos.  Es un camino. A veces, momentáneamente,  podemos sentirnos mejor etiquetados,  el diagnóstico  parece que nos da alguna pista para entendernos.  Es con frecuencia  una trampa. El ser humano es inabarcable, las caras de su realidad son muchas, no hay caracterología, test, ni diagnóstico que las recoja.

 Ser  persona es ser en evolución, en continuo cambio. La enfermedad mental, si nos vivimos como enfermos, nos aprisiona, nos quita posibilidades para volar, nos define falsamente.

  No dejemos que nadie nos etiquete. Yo no soy un depresivo, Yo no soy un  esquizofrénico de por vida, yo no tengo una psicosis., yo no soy un TDAH, ni un bipolar…

  Yo soy la ternura que doy en un abrazo, la mirada  triste ante el sufrimiento ajeno, la sonrisa  que me provoca un  ver a un niño disfrutar, la mano cariñosa con la que agarro a mi hijo, la palabra amable que le dirijo  a un vecino, el beso amoroso que le  doy a mi abuela, los ojos que brillan cuando  un amigo me  entiende. Yo soy mucho, siento las estrellas acariciándome, la luz del sol que me reconforta, la  presencia de la gente por la calle,  el batir de las hojas y de las olas… y tú, tú  nunca me podrás definir. Arrancaré una a una  tus etiquetas, prestadas e insensatas, y las echaré al  fuego para que  desaparezcan y se conviertan en nada. Vaguen, si pueden, por un agujero negro del universo. 

 No somos ninguna etiqueta, somos alguien irrepetible. 

  M.ª Rosa Arija Soutullo

   Psicóloga