Lo que le ocurrió a mi hijo, su fallecimiento, que nos sumió a toda la familia en un malestar tremendo no es un hecho aislado, no fue producto de la mala suerte, sino la consecuencia de su tratamiento, de una praxis en salud mental que falla y hace aguas por todos los costados. Y nuestra familia fue una víctima más de las muchas que hay dentro de la salud mental.

Por más que golpeara las teclas de mi piano, por más que diera vueltas por el perímetro de mi casa, por más que mi cabeza una y otra vez intentara encontrar explicaciones, a primera vista parecían ocultárseme. Ahora, una realidad la tenía clara, mi hijo amaba la vida, amaba mucho la vida, y tampoco estaba loco. Tenía problemas, como muchos de nosotros, pero no estaba loco. Esa etiqueta se la pusieron, claro, y eso justificó su tratamiento e internamiento involuntario.

¿No dijeron que tenía una enfermedad muy grave e incurable, la llamada esquizofrenia? ¿O… yo había oído mal, en una entrevista breve con la psiquiatra que me atendió? Y ahora, cuando releo los informes que a fuerza de pedirlos me mandaron desde los dos hospitales donde estuvo hospitalizado, ya no aparece la palabra esquizofrenia, ya se han decantado por otra patología, que dejan caer con las palabras: en cuanto menos, al que añaden el diagnóstico de un trastorno de personalidad. Contengo ahora las ganas de llorar. ¡QUÉ BESTIALIDAD! Recuerdo a mi hijo con inmensa ternura, y revivo el sufrimiento espantoso que le causaron con esas terribles camisas de fuerzas que son los llamados antipsicóticos.
En base a que estaba delirando, para ellos, no para mí, porque todo lo que decía y anotaron en el diagnóstico, tenía mucho sentido, le hicieron tomar cuatro antipsicóticos: Abilify, Olanzapina, Pravastatina, y Risperidona. Más otras medicaciones para la depresión y ansiedad.

Él había ido al hospital a pedir un calmante para la ansiedad. Pero… tenía una ficha abierta desde hace años a causa de un TOC, derivado fundamentalmente de una operación indebida, en donde estuvo varios días gritando en una UCI. Le quedó un miedo a morirse, que derivó en una hipocondría, para la que a la médico de cabecera se le ocurrió la sana idea de mandarle pastillas para la ansiedad, benzodiazepinas.
¿Acaso la sanidad le ofreció hacer un tratamiento psicoterapeútico? ¿A caso la sanidad asumió su error de una operación indebida? ¡No! Pasó lo mismo, mintieron, trastocaron lo que nos dijeron a la familia, que le operaban de un tumor, un tumor que luego resultó ser una meningitis. ¡Vaya!, para una meningitis hay que abrir la cabeza. Aún recuerdo, como si fuera ayer, una meningitis, según nos informó posteriormente el anatomopatólogo, que se había colado posiblemente por un pescado en malas condiciones dentro de la cadena alimenticia.
Los padres de afectados, los afectados debemos de saber que la ONU también denuncia, que Amnistía Internacional también denuncia. En un artículo de Amnistía Internacional, escrito por Vega Alonso del Val nos dice que la salud mental es un derecho humano fundamental y que invertir es básico para un buen funcionamiento de la sociedad. Más adelante señala que la salud mental no es sólo tratamiento, sino promoción y prevención. En el 2017 el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó la resolución de Salud Mental y derechos humanos , en donde explicaba que los estados deben de garantizar el derecho a la salud mental. Pero la realidad es que la inversión sanitaria de los estados es ínfima, lo que hace que este derecho se vea desprotegido.
La Declaración Universal de los derechos humanos es de 1948, ya contemplaba esta realidad.
Pero desgraciadamente en España se cuenta con tres veces menos que la media europea de psicólogos por habitante, y en el 40% de los hospitales públicos no cuenta con profesionales de la psicología. Sin embargo somos el país del mundo que lidera la clasificación mundial de la venta de benzodiazepinas. En fin, que hacemos enriquecer a las multinacionales farmacéuticas, ignorando que este medicamento es uno de los más adictivos. Nos pueden decir que no, pero yo no me lo creo, porque a partir del fallecimiento de mi hijo he tomado conciencia de los graves errores de la sanidad en salud mental.
Veamos, lo digo no como experta, sino como profana. En un artículo firmado por una enfermera, Ángeles Santos y una psiquiatra de salud mental, la Dra Elena Rubio, publicado en la página www.som360.org se lee que producen efectos secundarios metabólicos más frecuentes son el aumento de peso, la hipertrigliceridemia, niveles bajos de colesterol, hipertensión, hiperglucemia, que se asocia a un riesgo elevado de enfermedades cardiovasculares y de diabetes.
Más adelante sigue: Los síntomas extrapiramidales son los efectos adversos al tratamiento antipsicótico que se reconocen con más facilidad. Estos efectos secundarios son a menudo muy molestos y una causa frecuente del incumplimiento del tratamiento antipsicótico.

Y los que por el estado del paciente no se reconocen tan fácilmente y él los sufre por dentro. Un psiquiatra finlandés, que ahora no recuerdo el nombre, dice que los antipsicóticos hay que prohibirlos, que el cerebro es un equipo de alta fidelidad, y que los antipsicóticos lo convierten en un equipo de baja fidelidad. Siento indignación, impotencia. ¿Es ese el precio entre otros a pagar? La lista de los efectos secundarios es larga. Seguiré hablando de ella.
¿Qué podía sentir mi hijo, al que era evidente que le produjeron diversos efectos secundarios de lo más invalidantes? La respuesta es clara, desesperación. Le estaban destruyendo por dentro. Y eso es una atrocidad que no tiene nombre, una locura de la psiquiatría que le trató.
M.ª Rosa