Estaba buscando encontrar alguno de los hilos conductores que me diera luz sobre el marasmo del tratamiento de la salud mental que tantas víctimas está produciendo. Entre mis libros estaba el de Psicopatología del profesor Carmelo Monedero, 1973. Fui a las páginas de la antipsiquiatría. Me enganché a leer. Ahí estaba mi antiguo profesor, diciendo verdades como puños con esa ironía fina y cuidadosa que yo conocía. En palabras de Monedero:
«La formación profesional de un psiquiatra, dentro de un enfoque contestatario, no suele ser otra cosa más que un proceso de alienación sucesivo. Desgraciadamente no podemos hablar de la formación del psicopatólogo, puesto que con el progreso de la medicina decimonónica las manifestaciones psicopatológicas fueron consideradas indiscriminadamente como enfermedad».
Para Carmelo Monedero el psiquiatra es un médico, que ha estudiado en una facultad de Medicina, y ha seguido religiosamente todos los principios de la medicina positiva somática. La psiquiatría es una asignatura secundaria a la que se dedican unos pocos días de estudio con objeto de pasar un examen. El psiquiatra, como sus compañeros de profesión se dedica a la curación de enfermedades corporales. Nosotros lo tenemos que tener muy en cuenta. No pidamos peras al olmo, no las da.
Se me quedaron grabadas las palabras proceso de alienación sucesivo. Seguí leyendo para ver qué derroteros tomaban sus palabras, que para mí son tan actuales, o más de cuando se escribieron.
A continuación Monedero ponía el dedo en la llaga en otro de los problemas que sigue aún vigente, porque los psicólogos clínicos seguimos siendo dentro el sistema de Salud Mental piezas secundarias, cuando no colaboradores indirectos del mantenimiento de un sistema que produce daños irreparables.
Uno de los argumentos más definitivos de los psiquiatras para relegar la actividad de los psicólogos en el campo de la psicopatología es que sólo los médicos deben de tratar a los enfermos.
El argumento sería impecable si las personas que vienen siendo objeto del cuidado de los psiquiatras fueran realmente enfermos. Pero sólo una pequeña parte de los enfermos padece verdaderamente una psicosis de base orgánica.
El psiquiatra reina en la Psicopatología, mientras que el psicólogo sigue excluido de la tierra de promisión. Efectivamente, puede que un psicólogo no se percate de la alteración somática de su cliente. Pero el psiquiatra en su actitud galénica, calificará indiscriminadamente a todos sus pacientes. El psicólogo puede errar. El psiquiatra practica indiscriminadamente la violencia.
Monedero hinca más el clavo en el proceso de alienación del psiquiatra. Y quiere usar la palabra manicomio, porque por mucho que se diga entre hospital psiquiátrico y manicomio para él no hay una profunda diferencia.
El encuentro con el manicomio es el primer choque real que sufre nuestro aspirante. En el manicomio el hombre ha desaparecido, sólo existe la enfermedad.
Las inquietudes del joven psiquiatra empiezan a contrastar con la realidad médica y prosaica el manicomio. En cualquier caso, su situación no es tan negativa en el manicomio. Él lleva una bata blanca y además tiene ocasión de asumir toda clase de poderes. Él decide sobre el destino de los internados, o por lo menos cree decidir, puesto que no hace otra cosa que salvaguardar a la sociedad de los internados. Su alienación ha comenzado.
Como quien no quiere la cosa, pero implicándose, empezó a hablar de él, de su formación como psiquiatra, y de una de las vivencias que tuvo de ello.
A este respecto recuerdo una anécdota de la primera vez que fui a trabajar a un manicomio. Aún no había terminado la carrera de medicina. El contraste entre mis difusas aspiraciones antropológicas y la realidad del manicomio me resultó chocante e insufrible.
Ni siquiera había imaginado este ambiente en el infierno de Dante. Cuando por la tarde me reuní con mis amigos verbalicé mi impresión: “El manicomio es una visión dantesca”.
…. La reacción no se hizo esperar; al día siguiente había en el manicomio un oficio de la Diputación… Junto al reproche de mi inexperiencia, se me ofrecía, como una condición esencial para mi formación psiquiátrica, residir en el manicomio.
En mi opinión con frecuencia se acude al psiquiatra a buscar una solución que no nos puede dar ya que para lo que se les ha preparado es para etiquetar y medicar. A más de tomar conciencia que la vivencia de estar internado tiene para el paciente un efecto traumático, siendo una experiencia muy dolorosa, que algunos describen como estar peor que en una cárcel.
El hospital psiquiátrico sigue siendo una visión dantesca, donde los internamientos involuntarios son demoledores, donde los enfermos son medicados a la fuerza, donde la inactividad forzada es destructiva, donde las contenciones son salvajes, donde la contradicciones llevan al mutismo de los enfermos, donde se deja de ser persona y se sigue convirtiendo al paciente en un objeto, donde la esperanza se anula y se cronifican las enfermedades, donde la terapia electroconvulsiva se sigue practicando, atentando contra la integridad física y emocional del paciente.
Ese no es camino para tratar los problemas que vienen del alma, de lo profundo del corazón del hombre, de sus sentimientos y de sus afectos, de sus relaciones sociales, de su búsqueda del sentido de la vida, de las vicisitudes normales de cualquier vivir, en donde momentos de inestabilidad, angustia, depresión… pueden aparecer, y donde la reflexión, el diálogo, la palabra, son las herramientas más válidas.
Si lo necesitamos busquemos a profesionales que manejen esas herramientas, desde una visión totalizadora del hombre.
Mª Jesús Chocarro (Seudónimo)
Psicóloga
Maye
Cristina
Lily Conde